Los argentinos no lo atamos con alambre

Emiliano tiene un negocio de venta de baterías en el norte del conurbano. Es un local pequeño y atiborrado, pero impecable. Elijo el modelo que necesito y le pregunto si es posible que instale la nueva batería en el coche.

-Sí, claro, pero primero vamos a ver cómo está la que tenés ahora -dispone, tomando un instrumento amarillo, grande, algo distópico. Afuera, abro el capot y el hálito agobiante exhala calor en el calor de enero. Imperturbable, Emiliano me da una serie de instrucciones. Que encienda el auto. Que apague el aire. Que prenda las luces. Ha conectado la gran caja amarilla a los bornes y, cuando termina su diagnóstico, niega con la cabeza y dice, triunfante:

-Tenés batería para un año más.

Me quedo mirándolo. Abro la boca para preguntar si entonces no necesito cambiarla. Me doy cuenta de que sería la pregunta más estúpida de la historia de la República. En cambio, observo:

-Emiliano, vos vendés baterías. Y me estás diciendo que no te compre una batería.

Se ríe, un poco abrumado, y ensaya una suerte de excusa:

-¿Pero dónde vas a ir a comprar una batería dentro de un año?

Me duele en el alma que un hombre deba excusarse por su decencia. Recuerdo entonces otras historias. Es 2010 y estoy por despegar rumbo a Roma en un vuelo de Aerolíneas Argentinas. Una madre deposita la cuna de su beba en el piso y una azafata le señala que la cuna no debe ir ahí. La pasajera se le retoba con tono arrogante. La tripulante de cabina, impasible, replica:

-Ponga la cuna en el asiento del lado de la ventana o la bajo del avión.

Su expresión es la del que sabe que las reglas del aire son inapelables. La pasajera obedece sin chistar.

-El cinturón, por favor -añade la azafata.

O esta otra. Es 2012 y viajo a Córdoba para dar una conferencia. Llego demasiado temprano y me siento a tomar un café en uno de los bares que hay en Aeroparque. Noto, al rato, que en la mesa contigua, al otro lado de una mampara, no desayunan. Están trabajando. Un supervisor revisa planillas junto con dos asistentes. Se ven varios manuales y los hombres parecen pertenecer a algún organismo de control.

Todo parece rutinario, hasta que el supervisor los regaña, golpeando insistentemente con el dedo índice un renglón en una planilla:

-La...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR