La Argentina, frente a la reforma laboral brasileña

El hecho de que el Parlamento brasileño haya aprobado recientemente una revolucionaria reforma de la legislación del trabajo no puede ni debe pasar inadvertido para la dirigencia argentina.

En un contexto internacional cada vez más competitivo, donde los países luchan permanentemente por la captación de inversores externos, el paso dado por Brasil sólo puede interpretarse como el producto de una firme voluntad para sacar el país de la crisis en la que se halla inmerso, cristalizada en una clara señal al mundo.

No hay que engañarse. Es esa misma señal que acaba de dar el Poder Legislativo brasileño la que no pocos potenciales inversores, tanto extranjeros como locales, esperan hoy de las autoridades argentinas. Lo tiene claro el presidente Mauricio Macri, quien más de una vez se ha referido a lo elevado de los costos laborales no salariales, a ciertos privilegios sindicales que no hacen más que encarecer las contrataciones de trabajadores y a intereses mafiosos que vienen actuando sobre la justicia laboral y alimentando una vil industria del juicio. Lo tiene claro el primer mandatario argentino, pero por algunas razones no ha querido o no ha podido instrumentar las soluciones requeridas.

Aun cuando la reforma de las leyes del trabajo brasileñas va quizás mucho más allá de lo que en la Argentina plantean los propios empleadores y quienes esperan que se den ciertas condiciones para llevar a cabo inversiones productivas, el ejemplo de Brasil en esta materia debería cundir entre nosotros.

El nuevo ordenamiento jurídico laboral brasileño parte de la necesidad de aumentar la libertad de contratación. Así, a diferencia de lo que ocurre en la Argentina, se ha determinado que, en adelante, los acuerdos individuales entre un trabajador y su empleador y los acuerdos por empresa prevalezcan sobre los convenios colectivos por actividad.

Del mismo modo, se ha creado la figura del trabajador autónomo exclusivo, una suerte de monotributista que puede prestar servicios para un único empleador, sin estar atado a un vínculo laboral permanente. Algo que tampoco existe en la Argentina.

Se estableció la figura del trabajador "hipersuficiente" para el que reciba una remuneración mensual de más de 11.000 reales (algo más de 60.000 pesos argentinos), quien podrá negociar con su empleador condiciones salariales y laborales. Los empleados podrán pactar libremente con las empresas su jornada laboral, el fraccionamiento de sus vacaciones y otras condiciones de trabajo.

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