Apuntes al paso. El mundo cabe en una estampilla

Para más de una generación, profesional o amateur, la filatelia fue la vía de entrada a un universo de belleza visual, juego, interés histórico y diversidad temática

Resulta que, en septiembre de 2019, alguien -unos cuantos indicios señalan que su origen es Nueva York - se unió a Twitter con el sugestivo nombre de @StampsBot. Desde allí, con regularidad fiel, postea imágenes de estampillas de todas las épocas y de todas partes del mundo, y recibe respuestas por lo general en inglés, aunque no faltan las intervenciones de hispanoparlantes, japoneses, incluso algún comentario en ruso. @StampsBot es una fiesta, uno de los tantos remansos -porque sí, los hay- donde Twitter no es griterío sino sorpresa, chispa de contemplación, disfrute.

Siempre están allí, en medio del fárrago no tan dialógico de la red: una bella imagen de un cangrejo australiano, rescates del animé japonés, el rostro de Thoreau en un antiguo sello de 5 centavos de dólar, la boda de la princesa Ana en una estampilla de Hong Kong, Hernán Cortés (35 céntimos, correo español, año difícil de descifrar), la llegada a la Luna en versión iraní. Y podría seguir, porque en el desorden de la historia, la cultura y la política se entreveran los registros estéticos: hay dibujos, fotos, recreación de acuarelas, reproducción de obras clásicas. Todo en el delicioso pequeño formato, cuadradito o rectangular, siempre bordes dentados, de esos objetos que, para los que tuvimos el gusto de utilizarlos, eran una parte más de la vida.

Como con todo, nunca me especialicé en este tema, pero tuve mi momento de aspirante a coleccionista. Mis abuelos vivían al lado del parque Rivadavia, y un poco la suerte estaba echada. De tanto ir a fisgonear entre los filatelistas que se reunían en torno al ombú para intercambiar, vender y comprar esos diminutos compendios de mundo y de arte, terminé haciéndome de un álbum y acercándome cada fin de semana al encuentro de expertos.

Del ramalazo de nostalgia culpo (y también agradezco) a @StampsBot. De la pérdida de aquellos álbumes -llegué a tener más de uno- me hago exclusiva y amnésica responsable. A esta altura del partido, no tengo idea de dónde pudieron haber quedado, en qué mudanza, orden o acto de despojo fueron arrojados para siempre jamás.

Qué bueno sería tenerlos cerca ahora, mostrarle al adolescente de la casa esos vestigios de otro mundo; reivindicar una vez más -perdón, perdón, señores árboles- la magia imprescriptible del papel, las tintas, la rugosidad...

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