Antonio Tabucchi, aquí y ahora

He dicho que temo a la muerte. He pronunciado ese temor como quien desea ahuyentar un fantasma, librarse de las cadenas del insomnio, quitarse de encima el miedo a lo desconocido. Me ha preguntado qué imágenes vienen a mi mente cuando ese temor me asalta en medio de la noche ciega. He enumerado lentamente visiones sombrías y contado que a menudo sueño con mi propio entierro.

Me ha recomendado un libro. Se titula Sostiene Pereira y lo ha escrito Antonio Tabucchi. Ha acompañado esa sugerencia de una pregunta:

-¿En qué situaciones siente usted que está muriendo mientras vive?

La pregunta continúa reverberando en mi interior. He comenzado a leer la novela con la esperanza de que encontraré en ella algún sosiego.

Sostiene Pereira en ese texto que una mañana de calor bochornoso, mientras se disponía a organizar la página cultural del periódico portugués donde trabajaba en los años sangrientos del salazarismo, el Lisboa, llamó por teléfono a un tal Monteiro Rossi, un autor por él desconocido que había escrito en una revista católica una profunda reflexión sobre la muerte. El columnista, a quien convocó para ofrecerle ser colaborador de la página cultural, le respondió que no se sentía particularmente atraído por la resurrección de la carne, un tema que a él sí lo obsesionaba. Sostiene Pereira que, en los resquicios que le dejaba el hábito de hablar con el retrato de su esposa muerta, un hábito que no había podido abandonar desde que ocurrió el deceso, pensaba de manera inevitable en la muerte, la suya y la de los demás. Cierta tarde, sostiene, se encontró con Monteiro Rossi, quien se ofreció a escribir un elogio fúnebre de Federico García Lorca, a la que sucederían otros de ideas igualmente revolucionarias, apologías inconvenientes para un periódico que no deseaba incomodar a las autoridades del salazarismo.

Pereira sostiene que una mañana en que revisaba una traducción suya, siempre inclinado a traducir a poetas franceses y no a portugueses nacionalistas, como se le recomendaba, recibió un sobre de Monteiro Rossi con otra pieza exaltada y por eso impublicable. Decidió que se imprimiera un cuento de Maupassant que él mismo había traducido y la sección Efemérides, seguro de que esos textos no incomodarían al director, aunque este se llevó un disgusto cuando Pereira lo visitó en un hotel de aguas termales en Coimbra. Sostiene Pereira que el director le recriminó que lo interrumpiese mientras comía con una dama, con el solo propósito de...

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