Un antídoto contra el cine de superhéroes

El cineasta Paul Schrader contó alguna vez que recién pudo ver su primer film a los diecisiete años. Hay una explicación para la demora: criado en una familia de estricta observancia religiosa, para él ver películas estaba, de manera literal, prohibido. Schrader, en todo caso, nunca lamentó ese aparente vacío: hizo de su ausencia de memoria cinéfila una ventaja.El detalle biográfico del director de Mishima me llamó siempre tanto la atención porque, supongo, refleja mi vínculo con las imágenes, que oscila entre la pasión y el desapego. Aunque no fui mártir de ninguna clase de austeridad religiosa, y aunque la tardanza fue mucho menor, no estuve demasiado expuesto en la infancia ni a la oscuridad de las salas ni a las rayos catódicos. Mis primeros años los pasé en un pueblo minúsculo. No había cine y la televisión retransmitía, en horarios acotados, un número de programas que se podían contar con los dedos de una mano: mi recuerdo se reduce al Batman que personificaba Adam West.Las películas son más fáciles de datar. La primera que registro, ya en Buenos Aires, es una remake de King Kong. Una leyenda infantil de esos días aseguraba que en cierto momento una brisa corría el vestido de Jessica Lange y que, por una milagrosa décima de segundo, se la podía ver desnuda. No solo guardo esa imagen en las retinas: también me acuerdo de mi mejor amigo de la primaria comentando con entusiasmo esa escena que solo debe haber sido una alucinación generacional.La segunda película en el archivo de la memoria -más que la Guerra de las galaxias- fue Superman, con Christopher Reeve. Por alguna razón, quedó fijado el comienzo, cuando en Krypton el padre del futuro Clark Kent (Marlon Brando) y su consejo de sabios deciden salvar al hijo enviándolo a la tierra antes de que su planeta perezca.El rodeo por Batman y Superman (King Kong y Jessica son un caso aparte) muestra mi falta de prejuicios contra los superhéroes, que tanto me acompañaron. La mirada hacia la infancia tal vez explique por qué no me cuesta demasiado esfuerzo tomar distancia de la actual bulimia por los productos audiovisuales a la cual, según parece, hay que aceptar como un hecho dado. Veo películas y series, pero también puedo atravesar un mes de abstinencia sin lamentarlo: en la trinchera de mi superyo, contra lo que querría de manera algo perversa el ejecutivo de un servicio de streaming, ninguna pantalla compite con el sueño.También Schrader es un rodeo, pero viene a...

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