El año en que todos tuvieron su selfie

Hace poco más de dos meses, la visita de Beyoncé al Louvre escandalizó a la prensa francesa. El hecho se produjo unos días después de que el gobierno anunciara que el museo, así como Versalles y el Museo d'Orsay, abriría todos los días de la semana debido al gran flujo de público. En las fotos de la visita, que la cantante subió a las redes sociales y detonaron la reacción de los medios, se aprecia que la diva, su marido Jay Z (productor y cantante) y su pequeña hija Blue Ivy se pasean solos por los salones de la pinacoteca, abierta exclusivamente para ellos. "Beyoncé y Jay Z privatizan el Louvre", tituló alguna publicación, ante imágenes que mostraban a la familia recorriendo pasillos que reciben unos 9 millones de visitantes por año, pero que esa tarde se veían desolados.

Sin embargo, no era eso lo más llamativo de las fotografías. Lo que sorprendía era el modo en que la cantante y su marido banalizaban siglos de arte e historia para convertirlos en un parque temático donde cabía un solo protagónico: el de ellos mismos. Igual habría dado que la célebre galería fuera una muestra escolar, porque las obras eran apenas el paisaje de fondo contra el que los artistas de este siglo desplegaban a gusto la prepotencia del ego. Ahí estaba la selfie que se habían hecho junto a la Gioconda, imitando, con muy poca gracia, su misteriosa sonrisa. Beyoncé es muy bonita, qué duda cabe, y porta un cuerpo tallado con esmero, pero de ahí a convertir a la Mona Lisa en mero decorado de su belleza hay un paso grande. Por supuesto, para hacer esta foto y otras similares (un abrazo amoroso que remeda el beso entre Psique y Cupido, por ejemplo) debieron colocarse de espaldas a las pinturas y las esculturas expuestas, a las que sólo parecen haber contemplado a través de la lente de la cámara.

Pero el narcisismo, en nuestra democracia tecnológica, no es monopolio de las celebridades. Hace poco, una nota de un diario español daba cuenta del resurgimiento de los museos, y en las fotos que la ilustraban se veía a la gente obteniendo su selfie junto a obras famosas. Más o menos como Tinelli y sus bailarines, aunque en este caso los convidados -el David, de Miguel Ángel, por caso- son literalmente de piedra y no les queda otra que ofrecer su mejor cara -es decir, la de siempre- a la caravana interminable de personas que se les acercan de espaldas y sonriéndole al teléfono inteligente. A tal punto llegaron las cosas que el director...

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