Porque este año desde Cañuelas, desde Cañuelas...

"Cuando vine a Buenos Aires desde Villa Gesell para estudiar en la facultad, en el ’93, cursaba cerca de Palermo. Y cuando llovía un fin de semana, se jugaba el Abierto en días laborables y yo iba. En esa época se hablaba de un pibe que jugaba bárbaro en Ellerstina. Empecé a mirarlo y a seguirlo. Era el Maradona del polo". Pablo Maldonado recuerda cómo comenzó su admiración por Adolfo Cambiaso. Y hoy es el hincha Nº 1 del archirrival de Ellerstina, La Dolfina. Claro: es fanático del mejor polista de los últimos 35 años.

Cada año, Pablo y su hermano Matías le hacen a su ídolo una bandera diferente y van a los partidos con ésa y con la primera que elaboraron, en 2008, a la que van actualizando según los logros de La Dolfina. La nueva, la de cada temporada, le queda a Adolfito luego de la ya tradicional entrega que los Maldonado le hacen en Cañuelas al cabo de cada Argentino Abierto, facturas y mate –o alfajores geselinos– por medio.

La de los dos hermanos es la historia más extrema de un grupo de hinchas que siguen con pasión a La Dolfina. Hinchas que, a diferencia de muchos en el polo, no guardan parentesco ni amistad previa con los jugadores. Y que, como los hay en otros equipos, se hicieron simpatizantes por algún motivo deportivo. Ni siquiera de herencia familiar, como sí suele ocurrir en el fútbol.

Hinchas futboleros llegó a haber en este deporte de público sobrio que aplaude los goles, pero rara vez los grita. Algunos alaridos aislados de aliento, algunos silbidos –poco comunes– a un referí y no mucho más son las manifestaciones pasionales que hay ante caballos, tacos y bochas, salvo en el Abierto de Palermo, cuando ya surgen más banderas, instrumentos y hasta algún disfraz. El récord de barullo, por supuesto, fue el de las finales de 2002 y 2003. Nadie olvida la irrupción de los hinchas de Nueva Chicago en Dorrego, con petardos y bengalas de humo. La banda verdinegra, invitada por Cambiaso para popularizar el polo, revolucionó tanto el lugar que no cayó bien y pronto desapareció del deporte. Y ganaron su espacio los hinchas más poleros.

Como Claudio Delias, un operador de radio de 47 años que vive en La Plata. "La otra vez fui a ver a La Dolfina en Pilar con mi hijo, en auto", cuenta a la nacion en Palermo, a donde va desde la capital provincial –en ocasiones en tren– cada vez que actúan Cambiaso y compañía. "Le cambio el turno a un compañero en la radio y me peleo con mi señora para poder venir", cuenta, boina en la cabeza. No tiene...

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