La angustiante elección de un país mal administrado

Administración, política e ideología: cada una de estas esferas genera innumerables controversias públicas, escuelas de pensamiento, debates académicos y bibliotecas enteras. Están siempre en el centro de las preocupaciones. Y constituyen un tema clásico de la sociología política porque se vinculan a un hecho clave de la modernidad: el gobierno de las naciones bajo el sistema capitalista. De las tres, la ideología es acaso la que más disensos suscitó en los últimos tiempos. De ella se dijo que había caducado: hace casi sesenta años, el sociólogo Daniel Bell decretó su ocaso. Sin embargo, esta predicción, basada en la confianza en la universalización de la democracia y la economía de mercado, no se cumplió. En las últimas décadas, la ideología regresó con brío dándoles una impronta singular y preocupante a muchos gobiernos.

El hecho de que esté asociado a la gobernabilidad y el capitalismo obliga a considerar en conjunto el fenómeno administrativo, político e ideológico. Si se observa la casuística puede llegarse a una conclusión: los buenos gobiernos combinan estos planos de manera equilibrada. La ideología fija las metas generales; la política coordina la competencia y los consensos, y la administración aplica los procedimientos técnicos que requiere el ejercicio del gobierno. Así, la orientación según valores, la dirección de los asuntos públicos y la burocracia convergen, aunque manteniendo la distinción e incumbencia de cada ámbito. Para poner un ejemplo: un gobierno puede ser pro-Estado o promercado según su orientación ideológica, pero eso no implicará una desvalorización de la esfera política ni una mala administración que lesione las cuentas nacionales. El desacople conduce a las caricaturas: populismos intoxicados de ideología que destruyen la administración o, en el otro extremo, tecnocracias centradas en la administración que subestiman la política y carecen de valores.

En nuestro país, estas esferas pocas veces estuvieron armonizadas. La tendencia fue vulnerar la autonomía de la administración. La ideología y la política, transformadas en apetencia de poder, despreciaron las reglas que la técnica administrativa les fija a los gobiernos: gastar en relación con los ingresos, preservar el valor de la moneda, endeudarse con mesura, practicar la transparencia, optimizar los costos y la productividad. Estas reglas remiten al doble papel que cumple la administración. En un sentido, establecen límites a los gobiernos a través de...

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