El amor, ese otro paso de danza

Más que hablar, el Loro escucha. O permite que otros lo hagan: es sonidista, trabaja en una productora de películas y allá va, a todos lados con su equipo al hombro, registrando voces, acordes musicales, sonidos exteriores cuando toque, interiores cuando puede.

El Loro es uno de los personajes centrales de El Loro y el Cisne, película del director Alejo Moguillansky que descubrí recién hace unos días. Como pareciera ser la marca de este realizador, el film, más que oscilar entre el documental y la ficción, los confunde, entremezcla, juega con sus límites y, de paso, se da el lujo de superponer narrativas, estilos, recursos cinematográficos. Porque El Loro y el Cisne es un documental sobre la danza, pero también una suerte de docudrama sobre el trabajo de la realización fílmica, un juego levemente ensayístico y, entre todas esas líneas y con mucho de gozosa liviandad, es también una historia de amor.

Rodrigo Sánchez Mariño, apodado el Loro, es sonidista en la vida real, trabaja como sonidista en la película que lleva su nombre e interpreta en ese mismo film al personaje de un sonidista que se enamora de una bailarina. Luciana Acuña integra el grupo Krapp de danza contemporánea en la vida real, su trabajo creativo aparece en el marco de un film que registra los diversos modos en que las compañías de danza desarrollan sus obras, pero es también Lu -el Cisne-, la bailarina ficcional de la que se enamora el Loro. Y así, entre juegos de espejos, asomos de cajas chinas y alguna deriva narrativa, vamos entrando en la lógica de un film atípico. Lógica que incluye una imprevista vuelta de tuerca técnica (¿o expresiva?). La mayor parte de los sonidos que escuchamos son los que, efectivamente, captura el Loro durante la filmación. En una escena donde el sonidista/personaje desvía su equipo, la película, fugazmente, enmudece.

Todo comenzó, según parece, cuando Moguillansky empezó a grabar -sin saber muy bien adónde lo llevarían esas imágenes- los ensayos de la obra Adónde van los muertos. Lado B, del grupo Krapp. Convocó al Loro para que lo acompañara en el registro de sonido, y allí empezó a ocurrir algo: a veces el equipo de sonido se infiltraba en alguna escena y a Moguillansky la gran prohibición, esa que dictamina que los micrófonos nunca deben aparecer en un encuadre fílmico, le empezó a importar cada vez menos. Más bien lo contrario: no sólo empezó a estimular la creciente presencia del aparataje técnico, sino también la del sujeto que lo...

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