Alfonsín y Macri, o cómo hacer para salvar a la oposición

Para muchísimos observadores, argentinos y extranjeros, el Gobierno es una calamidad. Aun así, en términos de densidad conceptual y capacidad organizativa, la oposición es peor. Sus protagonistas se ponen la soga al cuello con reglas de juego fijadas por ellos mismos; cualquier caudillejo se postula para la presidencia de la República; las alianzas duran lo que la luz de un fósforo, sin que alguien explique los motivos de la ruptura ni de la reconciliación. Teatro del absurdo.

Sería una ingenuidad atribuir esos desatinos a la impericia o la mala fe. En realidad, los adversarios del Gobierno carecen del instrumental necesario para alcanzar sus objetivos. Las peripecias individuales, tan llamativas en su patetismo, distraen del problema central: la dificultad para formular un proyecto de poder sin antes haber reconstruido el entramado político capaz de sostenerlo. Mauricio Macri, Ricardo Alfonsín, Francisco de Narváez, Alberto Rodríguez Saá, Eduardo Duhalde, Ernesto Sanz, Elisa Carrió, Felipe Solá, Pino Solanas y Margarita Stolbizer levantan sus pequeños castillos de arena sobre los escombros de un orden que se derrumbó en el año 2001. Intentan reemplazar con martingalas electorales la falta de estructuración y la indigencia programática que corroe sus empeños. La persistencia de esas ruinas es su principal debilidad. La persistencia de esas ruinas es, y ha sido, la razón última de la supervivencia kirchnerista.

Hace ya una década que el sistema de partidos quedó pulverizado. La diáspora de la UCR, en vez de revertirse, se profundizó: Carrió, Ricardo López Murphy, Stolbizer (GEN), el radicalismo K son fragmentos de un mosaico que nadie logró restaurar. El peronismo tampoco se mantuvo unificado. Si el sector que lidera Cristina Kirchner parece homogéneo, es porque la administración y sus recursos le sirven de esqueleto. Este es el signo de la época: la demora en reorganizar el aparato político dotó al Estado -que en la Argentina es el Gobierno- de un poder desequilibrante. Néstor Kirchner en 2003 y su esposa en 2007 fueron productos del sector público. La Presidenta se ha propuesto reforzar esa ventaja negando a sus competidores el derecho a contratar publicidad, mientras ella abusa de la cadena nacional y se divulga en los intervalos del fútbol. ¿Estará tan insegura de su triunfo?

Una incógnita crucial de los próximos meses es, entonces, si existe un sujeto electoral con la organización y el encanto suficientes como para seducir a los...

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