Los ajustes se hacen en silencio

El sábado pasado, Marcos Peña y un grupo de funcionarios nacionales y porteños, incluidos Horacio Rodríguez Larreta, Patricia Bullrich y Diego Santilli, acordaron lo que sería la estrategia de las fuerzas de seguridad para la reforma previsional que, dos días después, se debatiría en la Cámara de Diputados. El jefe de Gabinete transmitió en esa reunión una orden: tenían que cambiar la imagen de la frustrada sesión de esa semana, que había mostrado un enorme operativo de Gendarmería reprimiendo a manifestantes urgidos por tirar vallas y entrar en el Congreso. "No se necesita tanto gendarme: la ministra tiene que parar", se había quejado en público esa noche Elisa Carrió. Se dispuso entonces lo contrario para el lunes: se dejaría a la policía porteña en las primeras filas y, más lejos, en posición de apresto, a los gendarmes y a la Policía Federal para un eventual refuerzo.

La reformulación dio resultados. Casi como si hubieran diseñado un plan conjunto con Peña y Durán Barba, quienes arremetieron a pedradas durante dos horas contra los agentes desarmados eclipsaron finalmente dos imágenes que habrían acaparado la mayor atención en condiciones de paz: la de una multitud que rechazaba el proyecto de ley y, a las 15.45, cuando las fuerzas porteñas habían sido superadas, la de la Policía Federal despejando a los manifestantes hacia la avenida 9 de Julio, ahí sí con gases lacrimógenos y balas de goma.

Fue un momento riesgoso. Pero el precio que, en definitiva, el Gobierno aceptó pagar para cumplir con dos objetivos: que quedara bien claro quiénes eran los agresores y que empezara el debate dentro de la Cámara. Catorce horas después, con un saldo de 88 agentes heridos, el proyecto se convirtió en ley.

No hay muchas alternativas en el mundo para explicar medidas antipáticas con los jubilados. Es cierto que en su momento, cuando les tocó tomarlas, el duhaldismo y el kirchnerismo eligieron caminos menos expuestos. Entre 2002 y 2006, por ejemplo, con excepción de las de aquellos que cobraban la mínima, gran parte de las jubilaciones estuvieron congeladas a pesar de la inflación. Esa decisión llevó a quienes tenían los haberes más altos a perder hasta 40% de su poder adquisitivo. La quita no sólo fue significativa, sino que se sumó a la de 38% que ya habían tenido todos los ingresos por la devaluación de 2002. Néstor Kirchner lo disimuló como pudo: celebró con actos y aplausos cada uno de los aumentos que les daba a los jubilados de la mínima y se...

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