A 40 años de la jugada más brutal y sangrienta de las Fuerzas Armadas

Hace 40 años, en medio de una convulsión política y social sin límites, el país entró en uno de los períodos más trágicos de su historia. Los primeros minutos del 24 de marzo de 1976, cuando la Junta Militar depuso a la presidenta María Estela Martínez de Perón, llevándola en helicóptero desde la terraza de la Casa Rosada hasta el Aeroparque -desde donde fue trasladada, detenida, a la residencia El Messidor, en Neuquén-, las Fuerzas Armadas concretaron el golpe de Estado más anunciado del siglo XX.

Al cabo de ocho años, los militares dejaron un país dividido, miles de desaparecidos, una fuerte recesión económica, una guerra perdida y un aislamiento internacional.

El teniente general Jorge Rafael Videla, un militar débil de carácter y con capacidad de mando relativa, según la descripción que hoy prevalece en el Ejército, presidió la Junta Militar durante los primeros cinco años del Proceso de Reorganización Nacional. Compartió las riendas con el jefe de la Armada, el almirante Emilio Eduardo Massera, y, en menor medida, con el brigadier Orlando Ramón Agosti, jefe de la Fuerza Aérea. Todos fueron condenados por delitos de lesa humanidad en el Juicio a las Juntas, hito fundamental en la etapa de la reconstrucción de la democracia, impulsada por Raúl Alfonsín.

"Es difícil pensar en una lección del golpe de 1976. Las lecciones deberíamos haberlas sacado en 1930, en 1943, en 1955 y en 1966", reflexionó María Matilde Ollier, decana de Política y Gobierno de la Universidad Nacional de San Martín, en diálogo con LA NACION. Para ella, la dictadura de 1976 es el resultado de varios golpes previos, en los que "las Fuerzas Armadas se fueron deslizando hacia regímenes totalitarios y autoritarios". Y añadió que en marzo de 1976 pretendieron reeducar al conjunto de la sociedad, no sólo a la clase política.

Con la represión como telón de fondo, Videla confió la política económica a José Alfredo Martínez de Hoz. La Cancillería y el área de Bienestar Social, entre otras zonas sensibles, quedaron bajo el mando de Massera, un almirante con ambiciones.

Hay consenso en el área castrense en que el Ejército se dividía en feudos y el presidente de facto no controlaba la fuerza. Luciano Benjamín Menéndez mandaba en Córdoba; Ramón G. Díaz Bessone, en Rosario; Guillermo Suárez Mason, en el I Cuerpo de Ejército, y Santiago Omar Riveros, en Campo de Mayo, entre otros. Aún hoy se recuerda una frase de Menéndez: "Yo soy amo y señor de la vida y de la muerte, acá", en...

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