Villas Miserias.

AutorJorge Palomar
La deuda interna

Negro, ¿cómo es que se hacía la jota?

-Es la del gancho, Negrita. ¿Te acordás?

Claro, el gancho... después viene la O... la O es más fácil...

Dicen por ahí, en los pliegues más profundos de Mataderos, que Mónica Carranza, la Negrita fundadora de Los Carasucias, es una santa. La santa de los pobres. De chicos pobres, de madres pobres, de hombres pobres que piden en voz baja un plato de comida, y de viejos pobres que ya ni hablan; sólo van, la miran con los pocos brillos que todavía iluminan sus ojos y esperan. Esperan su turno. Su mantel limpio. Su comida caliente y la mueca piadosa de la Negrita. Los viejos pobres están curtidos en eso de acumular años de paciencia. La paciencia es el grito apagado de la miseria.

Pero Mónica Carranza no es la única. Hay muchos más, como ella, en otros lugares. Hay casi 2000 centros comunitarios (comedores y hogares manejados por voluntarios formados por la Red Solidaria) en esta Argentina que no se entiende ni se explica.

Esos chicos, esas madres, esos hombres, esos viejos, no son los únicos que todos los días golpean a la puerta de la casa de la Negrita y a las de los hogares de la fundación Los Carasucias. Hay millones como ellos que golpean otras puertas por un plato de comida, un colchón, un remedio, unas zapatillas, un techo para pasar la noche, una palabra de aliento.

Según mediciones privadas, de universidades y de redes sociales, hay alrededor de 14 millones de pobres (3.754.000 para el Indec) y, de ellos, cerca de 4,5 millones son indigentes (1.088.000 para el mismo organismo).

Mónica Carranza es analfabeta. Sólo ella, y el Negro, el Beto, su marido, saben lo que les está costando escribir la dedicatoria de un libro, su libro, que terminará en las manos de este cronista. Premiada varias veces y distinguida como Mujer del Año en 1998, la Negrita es hija de la miseria. Pero gracias a ella, a la maravillosa magia del amor, más de 10.000 personas -unas 2500 familias- hoy tienen su plato de comida, atención psicológica, educación, y más de 1500 niños desnutridos, enfermos de sida y de tuberculosis cuentan con seguimiento médico, refuerzos alimentarios y las caricias de la Negrita y su gente.

La Coordinadora de Villas de la ciudad de Buenos Aires calcula que entre 2004 y 2008 la población en las villas porteñas creció un 30%, y sus habitantes pasaron de 110.000 a más de 150.000. Para entender la magnitud: en la ciudad hay 200.000 personas en casas tomadas, 70.000 viven en inquilinatos y otras 70.000 en hospedajes. A éstas, hay que agregar unas 120.000 personas alojadas en piezas rentadas: en suma, el 20% de los habitantes de la ciudad está en situación habitacional deficitaria.

En su informe sobre la crisis social de marzo de 2009 la Universidad Católica Argentina aseguró que el nivel de pobreza en el país duplica (y más) al informado por el Indec: sería del 34%, y no del 15%, como sostiene el Gobierno.

"Los primeros datos sobre villas miserias en la ciudad de Buenos Aires -escribió el periodista y escritor Eduardo Blaustein- no refieren a pobladores de tez oscura del interior, sino a hombres y mujeres europeos, inmigrantes. En 1931, el Estado dio refugio a un contingente de polacos en unos galpones vacíos ubicados en Puerto Nuevo. Dos años atrás había estallado la crisis mundial y no es de extrañar que al primer nucleamiento se lo llamara Villa Desocupación -todo un dato social e histórico- ni que al año siguiente se conformara otro con un nombre que sería el reverso semántico exacto: Villa Esperanza."

Entonces, los conventillos ya eran postales de la geografía porteña y parecían anticipar los conflictos futuros entre sus habitantes y los de las clases más altas, preocupados más por ocultarlos que por entenderlos.

El camino hacia la desigualdad

"¿Oculta de qué? ¿Quién se oculta?", se preguntaba y a la vez le preguntaba Juan Cymes, legendario dirigente del barrio General Belgrano, o Villa 15, de Mataderos -conocida peyorativamente como Ciudad Oculta- a Eduardo Blaustein durante una investigación sobre las villas en la época prepiquetera.

Cymes murió en noviembre de 2003, a los 67 años, producto de una salvaje golpiza que recibió en la sede de la Coordinadora de Villas, Núcleos y Barrios Marginados de la Ciudad de Buenos Aires, donde era secretario.

En ese trabajo, Blaustein reproduce el párrafo inicial de la conocida novela de Bernardo Verbitsky, Villa miseria también es América: "El recuerdo terrible de Villa Basura, deliberadamente incendiada para expulsar con el fuego a su indefenso vecindario, era un temor siempre agazapado en el corazón de los pobladores de Villa Miseria. La noticia de aquella gran operación ganada por la crueldad, no publicada por diario alguno, corrió como un buscapiés maligno".

La novela fue el resultado de una serie de notas sobre el asentamiento Villa Maldonado, que Verbitsky había publicado en Noticias Gráficas, en donde trabajaba, en 1953. A partir de ese trabajo se le atribuyó a él la autoría de la denominación "villa miseria".

La fuerte migración interna durante los gobiernos peronistas de la época permitió la expansión de las villas en la ciudad y la formación de barrios obreros en paralelo a los asentamientos, circunstancia que terminó por enhebrar una relación armoniosa entre unos y otros. Fue el caso del barrio Los Perales y la cada vez más creciente villa General Belgrano (Ciudad Oculta), separados por Avenida del Trabajo, hoy Eva Perón, que divide los barrios de Mataderos y Villa Lugano.

Donde ahora se levanta Los Perales había un asentamiento llamado Ciudad Perdida. Ese predio estaba rodeado de otras villas a un lado y otro de Avenida del Trabajo: Ciudad Perdida, en Mataderos; Villa General Belgrano y Villa Pirelli, en Lugano. "El origen de la población de Los Perales fue heterogéneo -cuenta Mariano García, integrante del Programa de Participación Juvenil del Ministerio de Justicia de la Nación-, y las tensiones más fuertes no se dieron entre los habitantes de los nuevos barrios obreros y sus vecinos de las villas, sino entre aquéllos y la población de clase media porteña. Fue acerca de Los Perales que surgió la leyenda urbana según la cual los nuevos propietarios hacían asado con el parquet de los pisos de las casas."

La fraternal convivencia entre los vecinos de Los Perales y las villas vecinas produjo un hecho no menor, como el de compartir la escuela pública construida, Escuela Justicialista, hasta que el golpe de Estado de 1955 terminó con todo vestigio de peronismo.

Horacio Benevéntano, nacido en 1937 en Ciudad Oculta, recuerda: "El almirante Rojas decía que el barrio era un nido...

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