Villas de Buenos Aires

AutorEquipo de Sacerdotes Villeros

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“Criterio”, noviembre 2009

A partir del debate siempre abierto sobre la realidad social de las villas de emergencia en la ciudad de Buenos Aires y de la acción pastoral de la Iglesia, Criterio solicitó a José María Di Paola, vicario de ese sector, sus reflexiones sobre la “cultura villera”.

Los que formamos parte del Equipo de Sacerdotes para las villas de emergencia de la ciudad de Buenos Aires nos sentimos en verdad privilegiados por el lugar donde nos toca ejercer el ministerio. Es misterioso, pero a todos los que vivimos y trabajamos en las villas nos cuesta mucho pensar en irnos. No se trata de algo ideológico ni ingenuo, es que simplemente hemos encontrado un tesoro de gran belleza. ¿Cómo explicar este descubrimiento? ¿Cómo poner en palabras una experiencia de humanidad tan rica? Somos muy conscientes de la dificultad, nosotros mismos no podíamos imaginar esta realidad. Todos en nuestro equipo fuimos educados en la ciudad y aprendimos lo que

la sociedad nos enseñó de las villas. Alguna lectura, un documental, algún libro de espiritualidad, análisis, estadísticas, alguna visita… Durante años fuimos construyendo una idea acerca de estos grandes bolsones de pobreza urbana, sin saber lo que Dios, en su providencia tenía reservado para nosotros.

Llegar a la villa no fue fácil en absoluto. Dormirse a diario con un arrorró de disparos, fogonazos y corridas. El miedo a los pasillos, a la oscuridad, y el ladrido de los perros en la noche. Los chicos de nuestros grupos juveniles asesinados, familias enteras destruidas por la droga… Pensamos por un tiempo que todo lo que habíamos aprendido de la villa era poco, que la realidad era mucho más cruda de lo que la sección de policiales mostraba: que estábamos inmersos en la noche más tremenda.

Pero nuestros ojos se fueron acostumbrando y, de a poco, fue amaneciendo para nosotros la otra cara de estos barrios. Pudimos descubrir que detrás del estruendo de las balas sonaba una melodía de singular belleza.

Encontramos la hospitalidad: en el lugar más inseguro de la ciudad las puertas de casa siempre están abiertas para todos; donde comen dos, comen tres, cuatro, o más. Siempre hay lugar para que duerma uno más, aunque la familia deba apretarse para hacerle lugar. Pudimos ver la solidaridad de aquellos que no tenían para comer, y al conseguir un poco de pan lo compartían con sus vecinos. O los albañiles que el domingo, único día de descanso de la semana, se disponen a cargar la loza de algún vecino que necesita ayuda porque jamás podría pagarlo; y el lunes, volver a la obra, algo muy común en nuestro barrio. Con el tiempo descubrimos que en la villa no hay “cirujas”, porque todos tienen historia y son saludados por su nombre. Son queridos y reconocidos como son, a pesar de que el alcohol haya destruido su vida.

Fuimos testigos de la tradición viva de los pueblos, que la ciudad ha ido olvidando. Ritos y costumbres que conservan la enseñanza sobre la vida y la transmisión de la fe. Rezos, novenas, ayunos y celebraciones que dan sentido a la vida, la muerte y la enfermedad. Cuando se comparte una fiesta en honor de la Virgen de Copacabana, con sus comparsas de caporales, morenos, tinkus y diablos, se entiende que esa celebración se va preparando durante todo el año y que la comunidad entera participa. La vida en la villa tiene tiempos bien delimitados por el calendario religioso. Hay tiempos que son muy sagrados para todo el barrio, como las novenas de los difuntos o la preparación de las grandes fiestas religiosas. La villa vive de la fe, pues allí encuentra el motor de la vida.

Hasta el lugar de la iglesia en los barrios es central. Se consulta al sacerdote para todo. La capilla suele ser el lugar de la verdad, donde el villero no va a ser engañado ni defraudado. Donde las promesas de campaña mueren para dar lugar a una vida dura que lucha por hacerse cargo y encontrar el camino.

En las villas aún late la vida del pueblo. Del mismo modo que los ojos deben acostumbrarse para ver en la noche, es necesario darse tiempo para conocer a la villa. Nuestra experiencia es que mientras veníamos de visita teníamos una comprensión muy acotada de esta realidad, un conocimiento mediado por prejuicios, teorías y por la (des) información que publicaban los medios masivos de comunicación. Este conocimiento fue dando lugar a otro más directo, sin otro mediador que la luz de la fe.

Sin olvidar la tragedia de nuestros barrios, aprendimos a valorar la vida de la villa porque creemos que está impulsada por la fe, y aun guarda valores y tradiciones muy sanas que pueden estar, pero en menor medida en el resto de la ciudad. Nuestra tarea sacerdotal consiste muchas veces en cuidar ese tesoro que hemos descubierto por gracia de Dios.

En 2007 la campaña electoral para la elección del jefe de gobierno porteño puso en agenda y como eje del debate el tema de las villas: “Erradicación o urbanización”. Hacia el mes de junio, Mauricio Macri y Daniel Filmus llegaban ambos a un ballotage reñido luego de haber disputado la primera vuelta. En aquel momento, al analizar cuidadosamente las propuestas de los candidatos, creímos oportuno hablar.

Levantar la voz para que sea escuchada, porque encontrábamos que todos los planteos desconocían la realidad de nuestros barrios. Vimos claramente que quienes decidían sobre los destinos de nuestra gente, aun cuando tuvieran las mejores intenciones, desconocían esta realidad luminosa de la que somos testigos.

Pero entendimos que Dios nos había puesto en un lugar único: formados por la ciudad, formados también por la villa, teníamos frente a nuestros ojos una visión que otros no tenían. Fue entonces que dimos a luz el documento titulado “Reflexiones sobre urbanización y el respeto por la cultura villera” que entregamos a ambos candidatos, a la legislatura porteña, al clero y a la sociedad en general.

Quisimos transmitir un poco de lo que somos testigos, motivados por el temor a que por desconocimiento se pierda este tesoro. Entendimos que debíamos hacernos cargo de la dimensión profética de nuestro sacerdocio: interpretar la vida desde el lugar de intimidad que Dios nos regaló.

17.10.2009

El autor es sacerdote de la diócesis de Buenos Aires, vicario para las Villas de Emergencia.

Reflexiones sobre la urbanización y el respeto por la cultura villera

Escrito por ACTA 14.08.2007

Reproducido en “Criterio”, de noviembre 2009

Vivir en la villa hace que los sacerdotes del equipo para villas de emergencia tengamos una mirada particular de esta realidad, que difiere la mayoría de las veces de la observación que pueda tener alguien que viene de afuera de la villa, ya sea un profesional o alguien vinculado a la actividad política.

Vivir en la villa nos hace comprender, entender y valorar la vida en ella de manera distinta a lo que se escucha habitualmente en el periodismo amarillo, que parece sugerir que las villas son las causantes de la mayoría de los problemas de nuestra querida Buenos Aires.

En estas reflexiones queremos acercar una mirada positiva de la cultura que se da en la villa, ya que para nosotros es una gracia de Dios vivir en ella.

No ignoramos los delicados problemas que los vecinos vivimos en la villa: la violencia familiar, los abusos, el consumo de drogas, sólo...

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