La valladolid en la que murió Colón

AutorLuis Miguel Enciso Recio
Cargo del AutorCatedrático de Historia Moderna
Páginas9-52

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A) Valladolid a comienzos del siglo XVI

Antonio de Lalaing, en su viaje a España de 1501, acompañando a Felipe el Hermoso, decía de Valladolid que era "la mejor villa de Castilla, sin ser ciudad, y [estaba] asentada en el más bello y mejor sitio y en medio de la región"1.

Luis Ribot, en su brillante síntesis sobre "Valladolid durante el reinado de Carlos I", reconoce que "la situación de Valladolid fue un factor determinante en el auge experimentado por la ciudad durante la primera mitad del siglo XVI e iniciado en la centuria anterior, un auge vinculado estrechamente a la presencia frecuente de la Corte y a la función política, administrativa y judicial que la prefiguraba como la capital no sólo del reino, sino de toda la Monarquía"2.

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Situada en el "gran eje económico y político del reino de Castilla", como explicó el siempre recordado Jesús García Fernández3, "unida por la red de caminos", de forma directa, con todas las ciudades y villas de la Meseta y conectada con Toledo, cabecera de la Meseta Sur, Sevilla y Zaragoza, Valladolid estaba emplazada en el corazón de las tierras del vino y el trigo. "Esta ciudad -escribía Lalaing- del tamaño de la ciudad de Arras, bien pavimentada y poblada, con mucho comercio, se asienta en un valle de tierra llana, bastante fértil de trigo y viñedos"4.

1. El desarrollo urbano

Está lejos de mi ánimo ofrecer un estudio detallado de Valladolid a comienzos del "largo" siglo XVI5. Me limitaré, para explicar cómo era el marco de la etapa final de la vida de Colón, a hacer algunas consideraciones sobre el desarrollo urbano y el panorama social o económico, el estilo de vida, las formas culturales y el gobierno municipal.

La villa, si nos fiamos del recuento fiscal de 1530, con la relativa fiabilidad que posee ese tipo de fuentes, contaba con 6.750 vecinos o, si se quiere, 31.522 habitantes, cifra equiparable a la de otras ciudades o villas españolas de alta población Page 11A comienzos de siglo la cantidad sería menor, pero, a lo que parece, el crecimiento demográfico había sido constante desde la época de los Reyes Católicos.

Como es obvio, al aumentar el número de habitantes, el espacio urbano -lo explica bien J. J. Martín González6- tendió a ampliarse. "Desde comienzos de siglo -resume Ribot- se desborda al norte por el barrio de Santa Clara; por el este, más allá de las puertas de la Magdalena y de San Juan; por el sureste, al otro lado de la puerta de Tudela; y por el suroeste, con la construcción de un nuevo barrio junto al Pisuerga y a las Tenerías, siguiendo el eje de la calle Sacramento"7.

Pero, aunque todo ello significaba ganar para la construcción huertas o terrenos agrarios y poner las bases de una prometedora urbanización, la gran expansión sólo se produciría, si creemos a Bennassar8, más allá de 1540. La Valladolid con que se topó Colón debía de tener una bella apariencia, con sus casas bajas, sus calles y plazas, sus iglesias y palacios, sus huertas y prados, sus ríos y riberas y -como ha descrito A. Domínguez9- sus puertas y puentes, su tosca cerca y los nuevos arrabales.

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La regulación de actividades y servicios ciudadanos tenían todavía un resabio medieval. Hubo que esperar hasta 1549, fecha en que unas Ordenanzas10 regularon, con exigente modernidad, el abastecimiento, la limpieza, el comercio, el desarrollo de la artesanía y la industria y, con menor detalle y rigor, el orden público11.

2. El panorama social y económico

La imagen de la sociedad de Valladolid, dentro de las características generales de las urbes de la Meseta, tuvo rasgos propios. "Al igual que en el conjunto de Castilla y sin duda de España, los signos y los medios del poder -ha escrito Bennassar- pertenecían a los grandes propietarios nobles ... y a los funcionarios, magistrados y letrados", que aseguraron en el país el respeto la autoridad real y la difusión de los ideales reverenciados por el poder. Los rasgos del viejo orden se acusaban también en la vida y actividades de un amplio clero secular y regular, en buena parte, prestigioso y rico.

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La sociedad vallisoletana no conoció, en cambio, o conoció en medida insuficiente, la influencia transformadora de la burguesía, aunque la tendencia al incremento del consumo y el lujo llevaron consigo la aparición de importantes núcleos de comerciantes, financieros, artistas, artesanos -más o menos importantes-y algunos extranjeros. Por lo demás, las frecuentes estancias de la Corte facilitaron la presencia de otros grupos de la elite dirigente: "alta nobleza, nobles de segunda fila, hidalgos y gentes de elevado poder adquisitivo"12. Y, junto a ellos, "logreros, aventureros y gente de estilo semejante"13.

Trazos básicos de la fisonomía social de Valladolid derivaron de la instauración en ella de la Chancillería, con su cohorte "de procuradores, abogados, notarios y escribanos". Otra institución que contribuyó a dar un sello a la villa fue la Universidad, espacio de convivencia de profesores y alumnos.

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Valladolid contaba con una amplia población de labradores. Venían a ser, según cálculos de Bennassar, unas 8.000 personas, distribuidas entre la villa y las tierras sometidas a la jurisdicción vallisoletana. La mayor parte de los campos se dedicaban al cultivo del trigo, la cebada, la vid y las huertas. Los propietarios -beneficiados por la alza de precios-, por lo general, gozaban de una posición desahogada y poseían casa en la ciudad. Menos sólida era, en la mayor parte de los casos, la situación de los arrendatarios.

Paralelamente a una mesocracia de origen agrario, había un reducido -y poco evolucionado- sector artesanal. Los pequeños talleres familiares, insertos en la organización gremial y con claras reminiscencias medievales, eran los más abundantes. Raras veces sobrepasaban los niveles de una modesta producción, cuarteada, en ocasiones, por los abusos y contradicciones de la organización gremial. Cada gremio, al igual que en la Edad Media, tenía su localización, y eso daba a las diversas zonas de la ciudad su propia imagen. En fin, cofradías y asociaciones, al igual que en épocas pasadas, sirvieron para crear lazos de fuerte solidaridad.

Pese a ser una villa importante, Valladolid -como era frecuente en las urbes de la época- se veía afectada por los desajustes sociales. De forma plástica se ha dicho que la "ciudad de la riqueza era también la ciudad de la pobreza". La muchedumbre de desocupados, pobres -con sus imprecisas ramificaciones-, pícaros, vagos y maleantes, vivía, muchas veces, al borde de la marginalidad, y para mitigar su situación no bastaban ni la generosidad de los pudientes ni la multiforme beneficencia de la época.

No faltaba la riqueza en la urbe del Pisuerga, pero "una riqueza" -como ha escrito Bennassar- no basada en el "trabajo y la producción". Mientras las actividades productivas jugaban un papel secundario en la economía de la villa, los servicios ocupaban un lugar preferente. Nobles, cortesanos, funciona-Page 15rios, eclesiásticos, hombres de leyes, comerciantes y financieros, éstos minoritarios, tenían un peso reconocido en la economía urbana.

Muchos de los vallisoletanos influyentes vivían, en cierto grado, de los rendimientos proporcionados por la propiedad agrícola. A comienzos de siglo, la producción agraria se vio favorecida por el crecimiento demográfico y el alza de los precios, pero, paralelamente, la agricultura se veía lastrada por el retraso técnico en la explotación y la excesiva parcelación de la tierra. Las dos soluciones para mejorar los rendimientos de la tierra eran la extensión de la superficie cultivable, mediante la roturación de baldíos u otros procedimientos, y la explotación de cultivos susceptibles de verse beneficiados por el tirón de los precios, como era el caso del vino o el trigo.

La industria seguía embutida en los moldes del sistema doméstico, y la organización del trabajo respondía -como se ha advertido antes- a las exigencias de la organización gremial. Las operaciones industriales de base estaban destinadas, sobre todo, a abastecer el mercado local o a satisfacer las exigencias consumistas de la aristocracia, los cortesanos, el alto clero, los funcionarios u hombres de leyes importantes o los mercaderes y financieros. Con razón dejó sentido Bennassar que "la economía productiva de Valladolid alimentaba el lujo y se alimentaba de él", lo que dificultaba a la larga el progreso económico. No debe olvidarse que una economía que daba primacía al lujo y al consumo necesitaba una importante aportación de rentas ajenas a la ciudad.

Papel preferente, como en el pasado, seguía jugando el sector textil. En él la prioridad la tenía la producción de lienzos y toda clase de confección, impulsada por sastres, pasamaneros, sombrereros o bordadores. No poca tradición poseía, además, el trabajo del cuero y la peletería, en el que destacaban guarnicioneros, marroquineros o zapateros.

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No era desdeñable, sino todo lo contrario, el ímpetu de la construcción, que se intensificó con las estancias -más o menos prolongadas- de la Corte, todavía itinerante.

La demanda de objetos de lujo hizo posible, por último, el florecimiento de una cuidada artesanía de la plata, la orfebrería, la escultura -decisivamente importante, como han precisado los historiadores del Arte-, la pintura y otros trabajos artísticos.

En resumen, la renta de los vallisoletanos de mayor capacidad adquisitiva tenía su...

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