Las selfies, nuestra nueva pasión narcisista

Dos historias recientes, una risueña y otra trágica, han colocado en un primer plano el tema de , los retratos digitales que las personas sacan de sí mismas y que suben diariamente por millones a las redes sociales. Habiéndose masificado los dispositivos que permiten sacar fotos en cualquier ocasión, pocos resisten la tentación de incluirse, mediante la distancia de su brazo, en la eternidad del instante.Lo que no estaba previsto es que en la lista de cultores de las selfies ingresara uno de nuestros antecesores en la escala de la existencia. De allí viene la primera historia: una batalla legal por el copyright se ha desatado en torno de la selfie que un macaco tomó de sí mismo, en Indonesia, con la cámara del fotógrafo inglés David Slater. Se cuenta que el simpático macaco robó la cámara y, seducido por el ruido de los clics, comenzó a jugar con ella, a disparar al aire y a sacarse fotos a sí mismo.La sonrisa cuidadosamente elaborada (como en toda selfie), la expresión juguetona y los ojos pícaros fijos en la cámara confirmarían la teoría de Darwin, aunque no hubiera ninguna otra evidencia.Es que el macaco sonríe con una sutileza y una ironía insuperables, como si hubiera podido entrever el problema que causaría. Porque la ley sostiene que el dueño de los derechos de autor de la imagen es de quien saca la foto, pero ¿qué sucede cuando el que saca la foto es un mono? Wikipedia commons, el sitio de imágenes de uso gratuito, la publicó sin comprar los derechos bajo el argumento de que los monos no pueden poseer derechos de autor y que, por lo tanto, la imagen pertenece al dominio público.En este punto, no debiéramos olvidar que los monos tienen algún lejano copyright sobre el hombre mismo, pero es cierto que no pueden patentar sus ocurrencias. Pero toda la discusión es, junto al autorretrato, gloriosa. Para tornar las cosas más graciosas o grotescas, Slater argumentó, en defensa de sus intereses, no sólo que pagó el viaje y que el equipo fotográfico le pertenecía, sino que, para la ley, un asistente no es dueño del copyright. "Creo que el mono fue mi asistente", dijo, intentando quitarle protagonismo, aunque concediéndole sin darse cuenta un estatus casi humano. Creer que el mono trabajó para él es, de todas maneras, de una ingenuidad conmovedora. Se enmarca en la ilusión del sujeto de servirse del mundo y de los objetos, sin sospechar que el mundo está también animado y que se sirve igualmente de nosotros.En efecto, en este caso, el fotógrafo pagó miles de...

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