La retórica

AutorArmando S. Andruet
Cargo del AutorDoctor en Derecho y Profesor Titular de Filosofía del Derecho , Universidad Católica de Córdoba

"Si los principios expuestos en estos libros me han exigido tanto esfuerzo para elegirlos como entusiasmo he puesto para redactarlo, ni yo ni nadie lamentará ciertamente este trabajo. Pero si alguien comprueba que por inexperiencia he pasado por alto algún punto o no he seguido fielmente los preceptos de algún autor, bastará que me lo advierta para que corrija mi opinión pronta y gustosamente. Pues lo vergonzoso no es la falta de conocimiento sino la obstinación estúpida y pertinaz en la ignorancia, ya que esta última se debe a las limitaciones generales comunes a los hombres, pero la obstinación es un defecto personal de cada uno".

Cicerón, La invención retórica, Libro II, 9

I Conceptualización e importancia actual

Sin perjuicio de las ampliaciones conceptuales que a lo largo del presente estudio se habrán de ir dando, tratando de tomar alternativamente consideraciones modernas o clásicas, somos de la opinión de que ella es una adecuada síntesis entre arte y ciencia, y de esta manera se ha señalado que consiste "en la sistematización y explicitación del conjunto de instrucciones o reglas que permiten la construcción de una clase de discursos que son codificados para influir persuasivamente en el receptor"1.

También se ha dicho que es "El arte de elaborar discursos gramaticalmente correctos, elegantes y, sobretodo, persuasivos. Arte de extraer, especulativamente, de cualquier asunto cotidiano de opinión, una construcción de carácter suasorio relacionada con la justicia de una causa, con la cohesión deseable entre los miembros de una comunidad y con lo relativo a su destino futuro"2.

Previamente a cualquier otro análisis corresponde señalar la importancia y valor que contemporáneamente ha tomado la retórica como tema general3, pero que sin embargo ha sido fruto de un extenso periplo de desconocimiento y olvido; a tal grado es ello que adecuadamente se puede señalar el presente siglo como el de la rehabilitación de la retórica4. De cualquier manera, ello no quita que siempre continúe flotando la amenaza que en modo permanente se cierne sobre la creencia de ella y que fuera descripta con toda justeza por Ricoeur cuando recuerda su ambigùedad de la manera que sigue: "La retórica jamás ha dejado de oscilar entre una amenaza de decadencia y la reivindicación totalizante en virtud de la cual ambiciona igualarse a la filosofía"5.

Para ello se impone tener que hacer algunas consideraciones básicas respecto a cómo la misma se emplaza en el pensamiento clásico de la antigùedad, resultando suficiente decir con Aristóteles, que es "la facultad de considerar en cada caso loque cabe para persuadir"6. Aparece inmediatamente que su objeto es sin duda el de persuadir, mas no de aquello que resulte evidente y necesario, sino sólo de lo que es verosímil, o que mediante el uso de la retórica se demuestre ser tal7. En este sentido, y como tendremos oportunidad de volver más adelante, lo verdadero puede acontecer que se aparezca no como tal sino como verosímil, y por ello es que por ser tal no puede ser despreciado de estudio alguno.

Se ha formulado una conclusión valiosa de comentar, por un auténtico estudioso de la obra de Aristóteles en este orden, como es J. Brunschwig, quien ha puesto el valor de las premisas dialécticas no en cuanto ellas "sean probablemente verdaderas", sino en cuanto "sean verdaderamente aprobadas". Y agrega inmediatamente: "Como tales, no pueden ser rechazadas por ningún miembro del grupo humano dentro del que ellas o sus garantes tienen autoridad sin atenerse la sanción del escándalo o del ridículo por parte de este grupo o de sus representantes calificados"8.

Esta difícil situación que le corresponde atender a la retórica es sin duda la que habrá alimentado espíritus de rechazo hacia su existencia como tal, y que en definitiva no dejan otra alternativa que emplazarla a ella a mitad de camino entre la verdad que utiliza de la lógica -en sentido primario- y el error y falacia, que seguramente la sofística contribuyera a fomentar.

En nuestra opinión, tal ubicación es impropia y a la vez conlleva una notoria carga prejuiciosa de la misma, puesto que, en rigor, el paso lógico de lo verosímil a lo verdadero no es posible, luego entonces, termina siempre adjunta a la sofística. Por ello consideramos que la manera adecuada de emplazar el problema es colocando a la retórica como más allá de lo verdadero, esto es "meta-apodíctica", de modo que allí donde concluye la apodeixis se inicia la retórica. Con ello estamos también adscribiendo a ciertas tesis que sostienen que el resultado acordatorio cumplido habiendo cuidado determinadas reglas, si bien ontológicamente no es lo mismo que lo propiamente apodíctico, operativamente vale a ello. Incluso se podría sostener, al menos en el discurso, que es relativamente frecuente, que hasta aquellas cosas que son evidentes y necesarias de un modo, pueden ser impuestas de otra manera a partir de una argumentación retórica, con lo cual hubo entonces un tránsito de lo verdadero a lo verosímil.

Por ello corresponde decir que no debe verse la retórica como una huera manipulación de sentimientos, ni mucho menos como técnica de manipulación social, porque si bien tenderá a movilizar las nombradas inclinaciones, es antes de ello una teoría de la argumentación consolidada, y como tal compromete a todo el hombre; por lo cual al componente de razón que se encuentra en su base, se le agrega la emoción que está por decirlo de alguna manera, en su epidermis9.

De todas formas, la decrepitud de la retórica se advierte con claridad a partir de una ubicación tempo-espacial precisa, como es la del siglo XVII, que se puede apuntar como el momento inicial donde el pensamiento en términos generales, y la filosofía en consecuencia, comienzan a tener una verdadera transformación, y con ello un proceso de separación y distinción con las categorías de pensamiento antes reinantes.

La gran conquista del siglo XVII en torno a los temas que en la ocasión importan, fue precisamente la referida a que solamente es reputado "conocimiento" aquel que es de tipo racional y científico. Tal es el único modo de conocer que tiene entidad, envergadura, y por tanto valimiento; todo lo otro queda inmediatamente dispuesto a lo oscuro y retrógrado.

Se produce de esta forma una auténtica ruptura con la concepción de la razón y del razonamiento anterior, y que bien sintetizado quedaba en la propia obra del Organon de Aristóteles10, puesto que en la misma dicho autor no sólo se ocupa de la verdad sino también de lo verosímil, volviendo a ello en otras obras separadas materialmente al Organon, pero no menos influyentes que ella, tales como Retórica o también Poética. Este proceso de ruptura decimos que tuvo su origen con Descartes, y marcó con su sello toda la filosofía occidental posterior11, y de lo cual Locke fuera calificado testigo, habiendo indicado "[...] es preciso reconocer [...] que el arte de la retórica, todas esas aplicaciones artificiales y figuradas que se hace de las palabras, de acuerdo con las reglas inventadas por la elocuencia, no sirven más que para insinuar en el espíritu ideas falsas, excitar las pasiones y, enconsecuencia, seducir el juicio, hasta el punto de encontrarnos ante verdades sospechosas"12.

Conviene tener presente que Aristóteles no concibió dicha obra lógica como objeto de conocimiento filosófico alguno, pues sino que tiene su "cuerpo" en la referencia objetiva de lo que se dice, lo cual a su vez, puede ser cualquier cosa. La lógica aristotélica no es episteme, o sea conocimiento, sino que es mero instrumento del conocer, organon. Según se ha dicho con acierto, mediante la lógica se estudiaba la naturaleza de los materiales que integran la estructura dialéctica, como las reglas por las cuales se efectuaba la construcción de un conocimiento o la destrucción de un error13.

La filosofía moderna, por su parte y en general, promoverá una actitud despreciativa para con todo aquello que no se presente como formal y científico14.

A partir de ese punto de inflexión se irá desarrollando una consideración dicotómica entre dos campos diferenciados del pensar, por una parte, algo que será considerado como la lógica estricta, y que se identifica con la lógica de naturaleza formal y demostrativa, y enfrentada a ésta se ordena un modo de pensar y razonar que resulta semejante a lo no lógico, y que tiene como objeto material todo aquello que puede ser nombrado como no formal, informal, dialéctico, y que es por riguroso imperio el ámbito en donde se desenvuelven los razonamientos prácticos, y entre ellos el jurídico por antonomasia. Adviértase que para el propio Aristóteles, la dialéctica es lo más parecido al ideal de una ciencia de las ciencias, mientras que la filosofía moderna la archiva al altillo de las cosas inútiles, sobre el deslumbramiento de la pura razón científica.

Como consecuencia inmediata de lo dicho, aparece como racional sólo aquello que está conforme a los métodos científicos, y las obras de lógica valen en tanto que están dedicadas al estudio de los procedimientos de prueba, limitadas casi exclusivamente al estudio de la deducción y de las llamadas aristotélicamente pruebas analíticas. La totalidad de las ciencias deben rendir el examen de admisión por los esquemas geométricos del...

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