Potencias y problemas de una política del 99%
Querido Jacques Rancière,
con un poco de vergüenza por la reiteración del gesto [¡es ya la cuarta vez que
acribillo a preguntas a Rancière!], me animo a proponerle una nueva entrevista.
El caso es que me parece que en su trabajo hay aportaciones muy valiosas para
pensar el 15-M (o movimiento de “los indignados”) y sus distintas secuelas,
prolongaciones y metamorfosis (mareas, movimiento contra los desahucios, etc). Y,
de hecho, es usted uno de los pocos filósofos (digo entre los muy conocidos) que ha
prestado atención y ha dado valor al movimiento, sin considerarlo desde sus
“limitaciones”, sino más bien desde sus “potencias”.
Más allá de las acampadas, con el 15-M ha emergido con fuerza la posibilidad de
pensar una nueva política, ciudadana y no partidista, que se extiende un poco por
todas partes (aun sin nombrarse ya 15-M) y que ha abierto para todos muchas
preguntas. Y precisamente en torno a ellas he preparado el cuestionario, sin esperar
tanto respuestas como más bien inspiración para repensar las propias preguntas.
Me hago cargo del volumen de trabajo que tendrá usted y de la cantidad de
requerimientos de este tipo que recibirá. Lo único que me atrevo a decir para
animarle es que pocas veces ha habido en la España de los últimos tiempos tanta
necesidad y deseo de leer, conversar y pensar. Ojalá las preguntas entren en
resonancia con las cuestiones que esté trabajando usted ahora mismo y responder
pueda serle útil en algún sentido.
Un saludo,
Amador
1- Sobre la inclusividad y la “política del cualquiera”. El primer 15-M de las plazas
llamó “inclusividad” a algo que podría resonar con lo que usted ha nombrado como
una “política de cualquiera”. En sus maneras de hacer y decir, trató siempre de que
cupiese cualquiera, de interpelar a cualquiera, sin dirigirse a bloques o grupos
determinados (sociológicos o ideológicos), sino más bien a personas singulares y a un
99% simbólico. Las banderas y las siglas (y en general todas las señas identitarias que
provocaban división) quedaron desde el primer momento fuera de la Puerta del Sol.
Pero hay quien piensa que ese “nosotros abierto” se consiguió al precio de borrar u
ocultar las diferencias y los conflictos internos. Por ejemplo, las diferencias de acceso
a ese “nosotros” entre ciudadanos con papeles e inmigrantes sin papeles. El
cualquiera del que usted habla, ¿es abstracto? En las manifestaciones de la “política
de cualquiera” que usted ha investigado, ¿cómo se piensa y se elabora esa relación
entre el cualquiera y las identidades-diferencias particulares?
Jacques Rancière. Es importante comprender que hay dos figuras del “cualquiera”.
En primer lugar, el sujeto de la política es el sujeto creado por la acción política
misma, el sujeto creado por una manifestación y una enunciación colectiva, el sujeto
que se crea cuando la acción política dice “nosotros”.
Esto significa que una subjetivación se define, no por una identidad previa, sino por
los actos que genera, por la modificación que estos actos ocasionan en el tejido
normal de las identidades, los lugares y las ocupaciones [lo que Rancière ha llamado
el “reparto de lo sensible”).
El “nosotros” se distingue así del sujeto político concebido a la manera clásica de la
clase y la vanguardia porque no se define por un conjunto de propiedades, ni por una
interioridad compartida que se traduciría en acciones exteriores. No preexiste, son
más bien sus propias acciones las que lo crean.
En segundo lugar, esa afirmación colectiva se dirige a individuos cualquiera a los que
propone incluirse sin preocuparse por conocer su pertenencia social. Quienes se
incluyen pueden hacerlo en tanto que “personas”, en tanto que miembros de un grupo
de afinidades personales o en tanto que militantes de tal o cual colectivo. Lo esencial
es que el “nosotros” pueda estar abierto a cualquiera que lo desee. De hecho, la
suspensión de las identidades particulares marca generalmente el comienzo de los
movimientos, así como el retorno de los conflictos entre grupos indica muy a menudo
su declive.
Por otra parte, está claro que no todo el mundo es igual de entrada en cuanto a la
posibilidad de manifestarse y a la disponibilidad para ocupar la calle. El tema es que
no se sientan excluidos por la forma de las acciones.
En todo caso, hay que evitar tratar la relación entre 99% y 1% en términos
estadísticos. Y sin duda podemos discutir incluso de la pertinencia de la fórmula. No
es 99% contra 1%, sino una figura del pueblo contra otra. La figura de un pueblo a
construir sobre la base de la presuposición igualitaria contra el pueblo que
administran nuestros gobernantes, pero también contra las “mayorías silenciosas” a
las que apelan o contra el pueblo identitario que se concentra en manifestaciones
como la “mani para todos” convocada por los que se oponen al matrimonio
homosexual en Francia.
2- Sobre la figura del enemigo. El 15-M ha estrechado muchísimo la figura del
enemigo: es el 1% de la oligarquía financiera, política y mediática. Y eso no sólo
“teóricamente” o en los discursos, sino también en las calles. Por ejemplo, en la
práctica del “Stop desahucios”, la interpelación firme pero humana hacia el otro
(bombero, cerrajero, también policía) ha producido numerosas grietas bajo los
uniformes y las funciones asignadas.
¿Cómo pensar hoy la figura del enemigo, más allá de la lógica de la lucha de clases?
¿Quién es hoy el enemigo? ¿Hay que confrontarlo, destruirlo o simplemente
sustraerse a él? En resumen, ¿cómo entender esta frase suya: “(la política crea)
escenarios de interlocución que reconocen al enemigo como parte integrante de la
misma comunidad”?
JR. La pregunta contiene varios problemas. En primer lugar, la diferencia entre la
política y la guerra. La política es una manera de incluir al enemigo. No se trata de
generosidad. La forma misma de la acción política instituye una esfera de
universalidad, y la constitución de esa esfera sirve de test sobre la capacidad misma
de las partes en lucha.
Un ejemplo. Investigué especialmente esas situaciones que pertenecen al nacimiento
de la huelga en el siglo XIX, donde los obreros instituían con los patrones una escena
de discusión pública que, para los patrones, no existía, porque la negociación de las
condiciones de trabajo era para ellos un asunto privado entre personas. Los patrones
no tenían ninguna razón para aceptar esa escena de discusión, pero ese rechazo
significaba una inversión de los papeles: el colectivo obrero afirmaba su potencia
como sujeto intelectual frente a los que no veían en él más que una jauría brutal,
mientras que la capacidad de los patrones quedaba reducida simplemente a las armas
de la policía.
Es cierto que...
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