Perro que ladra está nervioso

A veces hablan más las maneras desproporcionadas de defenderse que los documentos concretos.

Algo así le sucede al periodista Horacio Verbitsky a propósito de la inminente llegada a las librerías del contundente Doble agente. La biografía inesperada de Horacio Verbitsky, el libro de Gabriel Levinas, que publica Editorial Sudamericana.

Primero Ediciones B sacó hace unos meses El Perro, de Hernán López Echagüe, una corta biografía que no tuvo gran repercusión. Sobrevolaba ciertos aspectos polémicos pero era un relato casi amable de la vida del presidente del CELS, que daba preponderancia a su voz y a la de sus amigos. Pero en cuanto quedó claro que Levinas avanzaba con una versión donde, por medio de documentación, se lo involucraba con la Fuerza Aérea en tiempos del régimen militar, Verbitsky -que, tal vez mediante poderes telepáticos, parecía conocer al dedillo el libro- ideó un escudo mediático preventivo. Lejos de neutralizar los efectos de la publicación que tanto lo preocupa, viene funcionando como su más eficaz campaña publicitaria.

Así como la vida de Verbitsky está llena de enigmas insondables -el principal: cómo pudo sobrevivir en la Argentina en los años de plomo habiendo sido conspicuo integrante de Montoneros mientras muchos marchaban al exilio por razones menos importantes y desaparecían los que se quedaban-, resulta inexplicable su estrategia que incluye kilométricas notas y hasta el inesperado testimonio de un ex comandante? ¡de la Aeronáutica!

Todo fue diseñado con casual style: al Buenos Aires Herald, que mantiene su cáscara de sobriedad, pero que desde que la Presidenta lo ponderó (aunque no habla inglés) y lo compró Cristóbal López está presto para hacer no tan sutiles gauchadas, se le ocurrió un día llamar por teléfono a la casa del brigadier Omar Graffigna, donde cumple prisión domiciliaria por haber sido parte de una de las juntas militares del Proceso.

Nunca el periodismo oficialista le dio tanto crédito a lo que dice un ex represor: en este caso, la de Graffigna se convirtió en palabra santa porque desmintió cualquier vínculo con Verbitsky, al que Levinas apunta como ghostwritter de algún discurso de aquél cuando estaba en la cima totalitaria.

Hay una guerra de calígrafos que intenta desentrañar si el borrador de un manuscrito pertenece o no al autor de Robo para la corona. Graffigna se muestra extremadamente solícito ante el repentino requerimiento periodístico. "Esto se lo hicieron para perjudicarlo a él", dijo...

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