Nadie suelta nada, todos van por más

Que no se hicieron las audiencias. Que hay que aumentar pero no de manera salvaje. Que estamos ante el regreso del neoliberalismo. Que los que menos tienen no pueden subsidiar la energía de los que más tienen. Que una cosa es el precio en boca de pozo y otra la distribución...

Con mayor o menor razonabilidad, las distintas voces -incluso la definitiva, la de la Corte- se fueron sumando hasta convertir la suba de tarifas en un laberinto del que será difícil salir. Sin duda, desactivar la bomba que dejó el kirchnerismo es un desafío técnico y político enorme para el Gobierno, pero también supone una responsabilidad para la oposición y para el conjunto de la sociedad. Quien más, quien menos, a la bomba la hemos armado entre todos. Hay que desactivarla, eso no se discute. No hay acuerdo en el método. Sin embargo, más allá de tanto discurso, más allá de las chicanas hipócritas y oportunistas, el problema de fondo parece reducirse a una cuestión más elemental: nadie quiere poner la plata. Es decir, pagar parte del costo del desaguisado.

Al contrario, aquí todos van por más. Y no es raro, porque así hemos funcionado casi siempre. Somos caballos que vuelven al mismo bebedero: una cosa es la mente y otra el reflejo condicionado del cuerpo. En un país donde en los hechos ha prevalecido la ley del más fuerte, que sin misericordia se come a los indefensos, ¿quién estaría dispuesto a ceder sin miedo de terminar devorado? No hay aquí lugar para los débiles: todos los sectores hunden sus mandíbulas en el trozo de carne y tiran hasta despedazarlo.

Le exigimos resultados inmediatos a un gobierno decidido a intentar un cambio, pero nosotros no cambiamos. Que pretendamos soluciones mágicas sin poner sobre la mesa la parte que nos toca es un síntoma de que seguimos siendo los mismos. Sabemos que hay que renunciar a algo para salir del atolladero, pero nadie parece dispuesto a renunciar a nada. Esta contradicción esquizofrénica vuelve inédita e impredecible la transición actual.

El Gobierno dice que la verdadera batalla que hoy libra el país es cultural. Es posible. Pero lo que habría que revertir en ese caso va mucho más allá de la década perdida. Todavía quedan entre nosotros resabios de la época colonial, cuando este suelo era menos una tierra que se siente propia que un territorio a saquear. Seguimos sacando la riqueza fuera del país, medrando con los privilegios que otorga el poder, creando ductos de exacción del dinero público, y todo en medio de formas...

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