Movilidad urbana, ¿existe la fórmula perfecta?

"¿Por qué espero el colectivo?", se preguntó un día Gabriel Moreno, diseñador gráfico de 38 años, al ver que en la parada perdía minutos (y hasta horas) de vida. "Si hubiera salido en bici estaría llegando a mi estudio", pensó y, casi al mismo tiempo, decidió comprarse una plegable. "Ahora, llevo a mis chicos al jardín, a unas cuadras de casa, en auto. Lo dejo estacionado cerca, para que después lo pase a buscar mi mujer, que lo usa durante el día, saco la bici del baúl y me voy a trabajar". No es que no le guste manejar, pero en la ciudad se estresa demasiado. "La bici me da más libertad de movimiento y me permite hacer ejercicio, además lo disfruto mucho y me permite llegar con ganas al trabajo", asegura.

El caso de Gabriel es uno más de los muchos que revelan que ya no hay recorridos incuestionables ni rutas fijas, y que tampoco hay un único medio de transporte aspiracional. En una ciudad colapsada por el tráfico, en la que el descomunal crecimiento del parque automotor es la contracara de servicios de transporte público que arrastran décadas de decadencia, la movilidad urbana requiere la astucia y la plasticidad de cada uno. Hoy en día, ante cada viaje por emprender, todos estamos obligados a poner en juego nuestra capacidad para armar recorridos que se amolden a necesidades, posibilidades y claro: gusto personal. Es decir, todos buscamos la fórmula perfecta.

De alguna manera, el ejercicio de imaginación que cotidianamente hace aquel que para llegar de A a B debe sortear cientos de obstáculos -cortes de calle, embotellamientos, piquetes, etcétera- lleva a que cada vez sean más los que incluyan en la ecuación que explica sus decisiones de movilidad no sólo factores como seguridad o tiempo, sino también el disfrute, lo salubre o insalubre del recorrido e, incluso, la comodidad.

Claro que este último término asume hoy significados nuevos: estar cómodo no es necesariamente un sinónimo de subirse al auto. Es más: muchas veces, significa todo lo contrario.

"Hace dos años, cuando me compré el auto, lo hice con la idea de usarlo para ir a trabajar, pero me encontré con que los 15 minutos de manejo entre mi casa en Belgrano y mi trabajo en Vicente López me generaban un estrés que no tenía previsto -cuenta Martín Zalper, abogado de 33 años-. Empecé a probar ir con el colectivo, combinando con varias cuadras de caminata, y descubrí un par de cosas. Que tenía muy poco tiempo para leer en mi vida, y que el viaje en colectivo me ofrecía un rato extra...

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