El kirchnerismo Pimpinela y la traición a la Patria

"Es absurdo dividir a la gente en buena y mala -decía Oscar Wilde-. La gente es tan sólo encantadora o aburrida." El padre de Dorian Grey ni siquiera intuyó al peronismo, pero seguramente quedaría perplejo ante los actuales precandidatos del Frente para la Victoria, puesto que no son aburridos, pero tampoco son encantadores. Juntos protagonizan la nueva fase del movimiento nacional y popular, que podría denominarse "el kirchnerismo Pimpinela". Un breve pero intenso acting de recriminaciones (me mentiste, me engañaste), para que al final lleguen las risas y los aplausos, se enciendan las luces y resulte que en realidad son hermanos y que aquí no ha pasado nada. El debate entre estos dos peronistas igualmente ortodoxos no gira en torno de la lucha de clases, sino de un brazo ortopédico. Que sirve alternativamente como alegoría de la presunta defección ideológica de su propietario, como excusa para que la primera dama bonaerense victimice a su marido y como acicate para que su contendiente le recuerde a ella los tocamientos traseros de un imitador televisivo. Dicho sea de paso: las lágrimas de Karina valen oro, y su maldición fue sutilmente inquietante y acaso bíblica: "Cuando Daniel hace política no está deseando que los trenes choquen". Dicen que un conocido analista político está guionando en secreto sus exitosas apariciones; esperemos que ningún tren descarrile en los próximos días.

Todo este apasionante coloquio doctrinario y altruista se combina con la irrupción danzante de Alberto Samid, que juega ajedrez con Scioli y habla en su nombre, y con la no menos bizarra visita de Randazzo a la Biblioteca Nacional, donde se lo recibió como al camarada Lenin después de Siberia. Algunos de esos queridos profesores, a quienes se les nota en el semblante una cierta orfandad crepuscular, son los mismos que puestos a elegir entre Sarlo y Boudou se quedaron con el guitarrista de Puerto Madero. En la desesperación de la hora, han transformado a aquel delfín de Menem y Duhalde en este Mao Tsé-tung de los ferrocarriles. Un progre de la primera hora que hasta hace cinco minutos se reunía a puertas cerradas con periodistas y confesaba en voz baja la impotencia que sentía frente a los dislates de su jefa. Por favor, nada que ver este revolucionario sandinista de los pasaportes con el peronista ramplón de Villa La Ñata, parecen creer los ilusos pensadores: algunos son recién llegados al peronismo y a veces no pueden resistirse a comprar héroes retóricos de...

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