La justicia de cada uno

AutorRolando E. Gialdino

La iniquidad social no es, por cierto, sólo la consecuencia de leyes o constituciones equivocadas –dice el filósofo-, sino de la iniquidad con que individualmente vivimos y de la cual a su vez provienen leyes inicuas.

Dicha iniquidad resulta, por ende, hija de causas recíprocas: la ley inicua, que genera injusticia y corrompe el natural ordenamiento de la vida social hacia el pleno desarrollo de la persona humana y del bien común; y la vida individual inicua que, a su tiempo, es productora de leyes inicuas.

Las normas legales injustas no son, por ende, ajenas a nuestros actos personales. Por el contrario, las primeras suelen surgir y arraigarse, precisamente, según la extensión de los terrenos indiferentes o refractarios a la simiente de la justicia. La maleza es fruto de tibios y de omisos, pero no por ello le faltan sembradores.

La cuestión de iniquidad social se inserta, entonces y de lleno, en el plano de nuestra individualidad. De la responsabilidad indelegable de cada uno. De la renuncia, entre otras cosas, a un individualismo egoísta y disolvente, adoctrinado por una moral sin otro norte que el de la supervivencia del sí mismo. Pues, por lo antedicho, la ley injusta, la sentencia injusta, la justificación de lo injusto, las cátedras de lo injusto, la abogacía por lo injusto, la abogacía por lo injusto, aprovechan los resquicios que le proporcionan las almas claudicantes, y se nutren de las envilecidas y adulonas.

No son el azar ni los vientos las causas de la injusticia.

Pero así como una...

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