La guerra confiscatoria contra el campo

Las rutas del país han vuelto a ser cortadas por productores desesperados. La política agropecuaria del kirchnerismo, si es que puede calificársela de política, ha llevado a la angustia extrema por salvar su trabajo, sus campos, sus maquinarias a quienes paradójicamente el Gobierno debe la razón de la holganza económica de sus primeros largos años. A ellos y a los precios de los principales cultivos agrícolas.

Ese ciclo ha concluido. Fue una primavera en cien años, un retorno feliz, e impensable para la mayoría de los políticos, a los tiempos de bonanza de fines del siglo XIX y comienzos del XX. Hoy, en todo el mundo están en situación de derrumbe las cotizaciones de las materias primas; los costos de otro orden han seguido, en cambio, en aumento. Lo hacen en países que no alcanzan a explicar, como la Argentina, por qué se hunden una vez más en las consecuencias penosas de la pérdida del valor de sus monedas después de haber sabido lo que es pasar por ciclos inflacionarios de más de cincuenta años de duración.

El panorama actual muestra con elocuencia el destrato al campo en la Argentina. A raíz de condiciones climáticas de excepcional calidad, la campaña 2014/15 ha sido en extensas franjas agrícolas del país una de las de mayor productividad de la historia reciente. Pero los balances que se levantan sobre esos resultados anuncian quebrantos o márgenes mínimos de rentabilidad en relación con la magnitud de las cosechas.

La guerra confiscatoria que el kirchnerismo abrió hace tiempo contra las actividades agropecuarias ha porfiado hasta la extenuación. Sólo introdujo, frente a las calamitosas consecuencias de un nuevo ciclo en la economía mundial, paliativos que van invariablemente atados a la concepción clientelística de "patrono-cliente", propia del populismo demagógico.

Está demostrado que el voto rural fue más reacio en algunas partes a acompañar en las PASO a candidatos kirchneristas que el voto urbano, pero el castigo fue insuficiente. Queda todavía mucho por hacer en cuanto al esclarecimiento social de lo que el campo ha hecho en favor de la sociedad en su conjunto debido a sus niveles más altos que los de cualquier otro sector de la economía en índices de productividad y, por lo tanto, de creación de riqueza. Con los costos actuales y las exacciones tributarias que se le imponen, se comete contra él una arbitrariedad que no padece con igual intensidad ninguna otra franja de la sociedad.

Se olvida, además, que los productores...

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