Lo que las escuchas también revelan

Puro "piripipí". Por unos segundos la voz abandona el tono canallesco y adopta una modulación adecuada a lo que está a punto de decir: el cuestionado acuerdo internacional prevé la comparecencia de igual número de representantes por cada uno de los países involucrados, y veedores imparciales e intachables. Pero inmediatamente vuelve al cauce de la suficiencia obscena para tranquilizar a la otra voz, la que ha hecho silencio al otro lado de la línea, y explicarle que todo eso, lo que acaba de ser dicho, lo único que en el transcurso de la conversación ha rozado el decoro, es sólo "piripipí".

Desde la muerte del fiscal Alberto Nisman, la difusión en los medios audiovisuales de algunas grabaciones de diálogos telefónicos ordenadas por la Justicia confrontan a los ciudadanos no sólo con los fragmentos de un discurso alucinante, sino también con algo mucho más sutil aunque igualmente perturbador: el vehículo físico de esos discursos, la materialidad de la voz que los sostiene, que no es otra que la que le proporciona el propio cuerpo humano.

En esa clave, también, se pueden escuchar las otras voces que se han dejado oír estos últimos días. Las voces contrastantes de las máximas autoridades de los poderes republicanos. Y la voz silenciosa de una elocuente marcha cívica.

En la medida en que es una extensión del cuerpo, la voz tiene la fuerza suficiente para establecer un contacto emocional capaz de atenuar o directamente suprimir la impresión de la distancia. Por eso, como el tacto, puede repugnar o enamorar; lastimar o sanar.

El crítico y ensayista francés Roland Barthes, que dedicó parte de su producción teórica a reflexionar sobre la naturaleza y los efectos de la voz, afirmaba que raramente escuchamos la voz "en sí". Tendemos a escuchar lo que las voces dicen, su contenido hecho de lenguaje. Sin embargo, muchas veces lo que nos irrita o nos seduce de manera inespecífica en un discurso que, bien analizado, acaso no contenga elementos ni tan irritantes ni tan seductores, radica en la voz. En ese sentido, la voz dispara la intuición (que luego, por otros medios, habrá que transformar en certeza, si a uno le importa el tema) acerca de la veracidad o la falsedad de lo que se dice. No es lo mismo leer la transcripción de un discurso que escucharlo mientras está siendo pronunciado.

La voz, con su repertorio infinito de inflexiones, nos expone aun a pesar nuestro. Y revela lo que los otros...

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