El enigma de la calle Ravignani

Una mujer ensangrentada con un tajo impresionante en la cabeza nos abordó a los gritos en Ravignani y Santa Fe. Era una radiante mañana otoñal y mi amigo y yo íbamos a jugar al fútbol. Teníamos diez años, era 1970 y a ese barrio le decíamos Palermo Pobre. Aquella mujer fantasmal, que para mí sigue siempre rondando esa misma esquina, pegaba alaridos de muerte con los ojos bien abiertos y nos confesaba que su esposo había querido asesinarla con un cuchillo de carnicero. Nosotros la mirábamos con los pelos de punta, inmóviles en nuestro terror de estatuas vivientes, sin atinar siquiera a salir corriendo. Por suerte un taxi se detuvo, la recogió con premura y se la llevó al hospital Rivadavia. Para los nacidos y criados en "la calle de la muerte", esa remota escena de la infancia es el recuerdo más cercano que tenemos de algo que se aproxime aunque sea un poco a un homicidio real. Han sucedido, naturalmente, riñas, suicidios y asaltos durante estas décadas. Pero nunca había acontecido hasta ahora un "crimen sensacional" que lograra convertir la ignota Ravignani en un lugar de resonancia siniestra y de triste fama nacional y mediática.Digámoslo de una vez: yo nací en una legendaria casa que queda frente al edificio donde hoy monta guardia todo el periodismo televisivo de la Argentina. Y cada mañana, en los años 70, hacía caminando el mismo trayecto que Ángeles Rawson. Hasta Costa Rica y luego a la derecha hasta Dorrego, donde quedaba y queda ese colegio que ocupa una cuadra entera: el León XIII. No existían, en esos tiempos, la planta de la Ceamse, ni las plazoletas laterales, ni los edificios de departamentos. Toda esa zona estaba dominada por una villa miseria, que fue desarticulada durante la dictadura militar. Nosotros jugábamos los sábados partidos de once contra once con los chicos de la villa en los patios salesianos. La villa Dorrego era peligrosa, pero no le teníamos miedo. Se decía que vivían allí delincuentes pesados que enterraban el armamento cuando venían las requisas y los operativos, y lo desenterraban cuando los policías se iban. Pero lo cierto es que no había paco, ni arrebatos violentos, ni ese envilecimiento moderno que proviene de generaciones y generaciones de penuria humana y de indigencia crónica. Ante mis ojos de niño perpetuo, ese fragmento de Cramer nunca logró, sin embargo, reponerse del todo. Como si se hubiera intentado construir una normalidad urbana sobre los restos invisibles de una ciudad de humillación y dolor, y algo sutil...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR