Arte: nuevo mapa del sur

Fue en 1996, más o menos en esta época, cuando Proa abrió sus puertas con una formidable, única, muestra de Rufino Tamayo, el mexicano de las sandías que fascina a los coleccionistas sajones. Aquella fiesta de apertura marcaba el derrotero de exposiciones internacionales de alto nivel, camino elegido por Adriana Rosenberg con el apoyo de su principal sponsor, la multinacional Tenaris, para posicionar la Fundación de la Vuelta de Rocha. Hasta La Boca llegó entonces el presidente Zedillo, cortó la cinta inaugural y dio comienzo a una nueva era. Ese paisaje surero está determinado por la presencia rotunda del puente Nicolás Avellaneda, uno de los ocho transbordadores que quedan en el mundo, prodigio de la ingeniería industrial de cuño británico que está hoy en pleno proceso de restauración.

Desde Tamayo hasta Ron Mueck pasaron por Proa muestras inolvidables. Bastaría con recordar la cabeza olmeca de diez toneladas, para cuyo traslado fue necesario fletar un avión desde Miami, milagro impulsado por el multimillonario Carlos Slim, presente en la inauguración. Años más tarde, vía Delmiro Méndez, llegó a la explanada de Proa la araña de Louise Bourgeois y se posó sobre los adoquines de madera de quebracho. Durante meses fue el fondo para la foto y motivo de admiración.

En los inicios de Proa está la Beca Kuitca. Los artistas ocuparon esa casa comprada por Roberto y Andreína Rocca, para rendir homenaje a los inmigrantes, como base de operaciones del programa de clínicas. Con el tiempo, el proyecto creció y ahora son tres casas hilvanadas magistralmente por el arquitecto milanés Beppe Caruso. Un luminoso espacio expositivo, ideal para establecer el diálogo entre los grandes nombres del arte universal y artistas emergentes del semillero local. En 2015, Proa celebrará 20 años con la obra de Mona Hatoum, una de las artistas con más bienales sobre sus espaldas. En lo inmediato llegará el chino Cai Guo Quiang para hacer un show de fuegos artificiales , que promete ser noticia en el cierre de la temporada.

En estos veinte años, La Boca cambió. Dos semanas atrás, un sábado por la tarde, más de mil personas se agolparon en la puerta de Barro, la galería de Nahuel Ortiz Vidal en la calle Caboto, para descubrir, sorprenderse y amar la última obra de Matías Duville. Precipitar una especie es unadesmesurada instalación de caño y naturaleza en la que Duville inicia otra manera de narrar; ejercicio en el que por años brilló asociado al papel con resultados...

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