Los pocos, los muchos, los otros, lo imperdonable

Era -es- un lugar bello. Por algo lo llamaron "la tierra de las mil colinas": porque es mirar el horizonte y no encontrarlo nunca en ese mar verde, repleto de olas quietas. Por años vivieron allí todos, y todos eran "nosotros". Hablando el mismo idioma, bajo el gran día inmóvil.Hasta que hubo disputas. Unos -los Pocos, los más ricos- no tardaron en volverse más que los Muchos. Comenzaron a decidir -en secreto- el destino de todos. Con el tiempo, con la llegada de los Otros (los poderosos otros, con armas y lenguas como armas) la cosa empeoró. Tanto, que pertenecer a los Pocos o a los Muchos se volvió cuestión de Estado y el dato comenzó a figurar en el documento de identidad.Desde ese momento, ser Poco o Mucho dijo sobre cualquier persona más que su vida, su educación, su conducta. Y los Otros -basándose incluso en "datos científicos" que hoy moverían a risa- confirmaron esa diferencia: los Pocos y los Muchos eran distintos en su naturaleza. Los Muchos no eran del todo humanos. Era lícito pues perseguirlos, atormentarlos. Matarlos. Sólo así los Pocos iban a sobrevivir.Pero algo imprevisto sucedió un día: los Muchos se rebelaron, expulsaron a los Pocos y se acomodaron en la silla de mandar. Se quedaron por casi 30 años, mientras los Pocos (la mayoría de ellos fugada al otro lado de la frontera) comenzaron proyectar el regreso. Armaron un ejército, se entrenaron, compraron armas. Un día emprendieron el camino de regreso a su tierra. Y fue el comienzo del fin.Los Muchos entendieron que si los Pocos regresaban al poder estarían perdidos. "Ellos o nosotros", dijeron. Y ya no hubo dudas: había que "hacer algo", aun cuando ese "algo" no tuviera forma, ni nombre. Pero fue cuestión de semanas que aquel espanto en coagulación se volviera pensable. Decible. Quienes estuvieron allí en esos días, afirman que los medios de...

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