Sentencia de Suprema Corte de Justicia (Argentina), 2 de Marzo de 2011, G. 122. XLIII

EmisorSuprema Corte de Justicia (Argentina)
Publicado en Fallos334:62

G. 122. XLIII.

R.O.

Girondo, A.E. c/ Estado Nacional – Museo Nacional de Bellas Artes s/ proceso de conocimiento.

Buenos Aires, 2 de marzo de 2011 Vistos los autos:

G., A.E. c/ Estado Nacional – Museo Nacional de Bellas Artes s/ proceso de conocimiento

.

Considerando:

  1. ) Que la Sala II de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil y Comercial Federal confirmó, en lo sustancial, la sentencia dictada en la instancia de grado que, al hacer lugar a la excepción de prescripción liberatoria opuesta por el Estado Nacional, rechazó la demanda por la que se persiguió la restitución de 25 obras pictóricas que la familia del actor había donado al Museo Nacional de Bellas Artes de la Ciudad de Buenos Aires (en adelante M.N.B.A), en las primeras décadas del siglo pasado.

    Contra este pronunciamiento, el accionante dedujo recurso ordinario de apelación que fue concedido, fundado y respondido por su contraria (cfr. fs.

    1275/1281 vta.; 1284/1285 vta.; 1287; 1294/1383 vta. y 1391/1401).

  2. ) Que el recurso es formalmente admisible en la medida en que se trata de una sentencia equiparable a definitiva, recaída en una causa en que la Nación Argentina es directamente parte, y en la que el valor disputado en último término, sin sus accesorios, supera el mínimo previsto en el art. 24, inc. 6°, ap. a del decreto ley 1285/58 y la resolución de esta Corte 1360/91.

  3. ) Que, para decidir como lo hizo, el a quo compartió la línea argumental desarrollada en la instancia de grado al sostener que la acción de revocación de la donación intentada con fundamento en el incumplimiento de un cargo —haber dado el nombre de un donante a una de las salas del M.N.B.A. y no adoptar idéntico proceder respecto del abuelo del actor— había quedado expedita en el año 1971 con la apertura de la denominada “Sala Santamarina”, extremo que se encontraba corroborado por diversos

    elementos de prueba incorporados a la litis que el demandante no había impugnado en tiempo oportuno.

    Así, citó la constatación notarial realizada por el escribano F.B., de la que surgía que dicha sala ocupaba los gabinetes XVI, XVII y XVIII del museo, sin que la falta de cartel indicativo resultara óbice al efecto por tratarse de un retiro momentáneo y con miras a su refacción; lo argüido en la demanda misma, donde se indicó que la citada apertura había tenido lugar, y, finalmente, el informe del por entonces director del museo, que daba cuenta expresa de tal circunstancia (fs. 1276 vta./1277).

  4. ) Que, a continuación, la alzada estimó que dicho evento había constituido un “hecho notorio”, susceptible de conocimiento en tal momento.

    En este orden de ideas, adujo que “por su naturaleza esencialmente cultural, el museo está abierto al público en general y no puede negarse notoriedad a la apertura del recinto de marras, cuyo desconocimiento inaceptable por quien confiesa la vocación de defensa de los valores culturales y, especialmente, al valioso servicio social que presta el Museo Nacional de Bellas Artes”.

    Por lo tanto, concluyó que era razonable la notoriedad de la apertura de la “Sala Santamarina” para el ámbito de los aficionados a la pintura y máxime con respecto a quien era custodio y guardián del cumplimiento del cargo (fs. cit.).

    Sobre el particular, puntualizó que el conocimiento del hecho devenía de una simple información y que era adquirido “por los integrantes del grupo cultural sin otro motivo que su pertenencia al círculo”; y que a ello abonaba la permanencia y exteriorización de las obras de arte en el recinto (fs.

    1277 vta.).

  5. ) Que, desde otra óptica, apuntó que resultaba inadmisible que el actor, heredero declarado de uno de los donantes, invocara “el desconocimiento del acervo trasmitido”, que comprendía el interés en la ejecución del cargo de una

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    Girondo, A.E. c/ Estado Nacional – Museo Nacional de Bellas Artes s/ proceso de conocimiento. donación “altamente valiosa”.

    Tal postura, aseveró, importaba “una excusa ultra subjetiva, que no está respaldada por hechos de fuerza mayor, circunstancias excepcionales probadas que le den credibilidad en el juicio”, máxime cuando la declaración judicial de tal condición había ocurrido, según los propios dichos del apelante, el 14/05/65 (fs. cit.). Aseveró que la existencia de la mentada “S.;Santamarina” era tan evidente como la ausencia de otra a nombre de J.;Girondo. Sobre tales bases, estimó que la demanda —deducida el 18/12/1996— se hallaba prescripta a tenor de lo dispuesto en el art. 4023 del Código Civil.

  6. ) Que, en lo concerniente a la dispensa de la prescripción solicitada por el demandante, el a quo también hizo propia la línea de razonamiento que había seguido el juez de grado y aseveró que la disposición del art. 3980 del Código Civil era de interpretación restrictiva, sólo procedente “ante impedimentos imprevisibles e insuperables que se juzgan con el mismo criterio que se utiliza para tener por configurada la fuerza mayor, respecto de hechos que hubieren ocasionado la imposibilidad de obrar del actor”, como las guerras, cuarentenas, inundaciones, etc., y concluyó que la ausencia del país no revestía tal carácter, menos aún cuando ella había sido voluntaria (fs. 1277 vta., in fine).

  7. ) Que, en cuanto al incumplimiento de la manda impuesta por el decreto 150.132/43 (no conservar las obras en forma permanente en el museo por haber sido prestadas a diversas entidades y dependencias oficiales), la cámara, si bien reconoció que el juez de grado no había tratado este planteo, consideró que tal omisión no justificaba la promoción de una acción de revocación de una donación por inejecución de cargos en los términos del art. 1850 del Código Civil, dado que esta norma sólo comprendía los establecidos por los donantes y no las mandas que surgían de normas legales. Y aclaró que la inobservancia de estas

    reglas no trascendía “del ámbito disciplinario de oportunidad y conveniencia de la Dirección” (fs. 1278/1279).

    En párrafo aparte, señaló que el precedente citado por el recurrente como fundamento de su reclamo “Uriarte c/ Estado Nacional” (Fallos:

    313:378) no era de aplicación al caso por haber versado sobre el incumplimiento de un cargo impuesto por el donante, referente a la prohibición absoluta de extracción de las obras entregadas al museo, reconocido expresamente por su contraparte (fs. 1279, in fine).

  8. ) Que, en lo que hace a la ausencia de tratamiento por el juez de grado de la prescripción adquisitiva invocada por el Estado Nacional, recordó que dicho instituto sólo era aplicable a inmuebles o cosas muebles robadas o perdidas (art.

    3948 Código Civil), ninguno de los cuales era el caso de autos; e indicó que tampoco se hallaba legalmente prevista “la extensión de la usucapión a las donaciones” (fs. 1280).

    Por último, la cámara desestimó el reclamo de imposición de costas a la demandada por el rechazo de la excepción de falta de legitimación para obrar alegando que la contestación de una defensa de fondo —aunque se hiciera en forma autónoma— no constituía propiamente una instancia incidental que devengara costas, al margen de las impuestas en la sentencia; distribuyó las correspondientes al pleito en el orden causado; y afirmó que, por todo lo expuesto, no se daban en autos las nulidades y/o arbitrariedades invocadas por la recurrente (cfr. fs. 1280/1281).

  9. ) Que, en primer término, el recurrente se agravia de que el a quo confirmara la procedencia de la excepción de prescripción liberatoria. En tal sentido, afirmó:

    a. Que, para dar por probado que en el año 1971 el M.N.B.A. había dado el nombre de “Mercedes Santamarina” a una de sus salas, la cámara se basó en elementos de los que no se desprendía

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    Girondo, A.E. c/ Estado Nacional – Museo Nacional de Bellas Artes s/ proceso de conocimiento. tal circunstancia.

    Así, señaló, con relación a la diligencia notarial del escribano F.;Bilbao —llevada a cabo a instancias suyas con anterioridad a la promoción de la demanda—, que éste no había verificado la existencia de la sala sino que se había limitado a transcribir lo manifestado por una empleada del museo, por lo que no había dado fe al respecto, careciendo esta constancia de valor probatorio alguno.

    Precisó, además, que aquélla había confundido el nombre de una sala con el de una colección.

    Añadió que a tal falencia se sumaba la ausencia de chapa identificatoria y la falta de exhibición al notario de la resolución administrativa por la que se habría adoptado tal decisión (fs.

    1305 vta./1307 vta.).

    En cuanto a lo argüido al demandar, indicó que allí sólo se había transcripto lo que M.;Santamarina había exigido al museo (que en una sala suya se exhibiera su colección y no que se diera su nombre). Aclaró, no obstante, que cualquiera que hubiese sido la afirmación contenida en la demanda, ella quedó sometida a lo que resultase de la prueba a producir (cf. fs.

    1307/08).

    Finalmente, descalificó el informe del ex director del M.N.B.A. invocado en la sentencia, señalando que carecía de valor probatorio por haber sido emitido por la propia accionada y por constituir una reiteración de la constancia que, como prueba documental, fue presentada con la contestación de la demanda (fs. 1308 vta./1309 vta.). Expresó que había impugnado dicho informe mucho antes de que se prestara, por medio de la prueba pericial producida en la causa (dictamen de la notaria Ripamonti), de la que surgía que no había una “Sala Santamarina” sino una “colección” con ese nombre (cfr. fs. 1310/1314 vta.). b.

    Sobre la temática en tratamiento, el apelante hizo hincapié en que su contraparte no sólo no había demostrado la existencia de un acto administrativo que concediera el nombre “S.” a una sala del M.N.B.A. sino que había reconocido expresamente —y con carácter de confesión— su ausencia, lo que impedía dar por ocurrido el hecho a tenor de lo previsto en el

    art.

  10. de la ley 19.549 y lo sostenido por la doctrina y la jurisprudencia (fs. 1314/1318); agregó que la inexistencia de una “Sala Santamarina” se desprendía de los términos mismos de la donación que su autora había efectuado, quien nunca solicitó que a un sector del M.N.B.A. se le otorgara su nombre, a diferencia de lo ocurrido en otros casos en que se había formulado —y concedido— tal exigencia en forma expresa (fs. 1325 vta./1329). c.

    Que, para la hipótesis de que se desecharan los argumentos precedentes, el apelante sostuvo que la concesión del nombre “S.” a una sala del M.N.B.A. no había constituido un hecho público y notorio y, por ende, conocido por su parte. A tal fin, adujo que la accionada apenas había esbozado tal argumento y que, por ende, la alzada había suplido con creces la actividad de aquélla, transgrediendo así los principios de bilateralidad y congruencia; y que el postulado iura novit curia no justificaba tal defecto porque no facultaba a los jueces a alterar las bases fácticas del litigio. En particular, adelantó que la pertenencia del actor a un “círculo cultural” específico era una cuestión que no había sido siquiera planteada por la demandada; que no cabía hablar de “notoriedad” cuando aquélla nunca había dictado un acto o resolución administrativa que otorgase ese nombre a la sala ni colgado un cartel que así lo hiciese saber (fs. 1329/1334). d.

    Precisó que, aunque existían opiniones en doctrina que circunscribían la “notoriedad” del hecho a su conocimiento por un determinado sector social, el criterio mayoritario —avalado por la jurisprudencia— era omnicomprensivo, abarcando al “común de un pueblo” dado su carácter extraordinario y trascendente; que, por ello, su ocurrencia debió ser juzgada rigurosamente. Sostuvo que para el comienzo del cómputo del plazo de prescripción era menester probar “el conocimiento pleno, cabal y efectivo de tal hecho” y no su mera sospecha (fs. 1334 vta./1337 vta.).

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    Girondo, A.E. c/ Estado Nacional – Museo Nacional de Bellas Artes s/ proceso de conocimiento. e. A su vez, puntualizó que a pesar de haberse invocado la pertenencia del actor a un determinado “círculo social” no se había dado una sola razón ni producido prueba alguna que justificara tal aserto. Por el contrario, la citada pertenencia — según el recurrente— en nada condecía con la realidad del actor, quien había nacido 10 años después de que se concretara la donación, prácticamente no había tenido contacto con su padre o tíos, y no había vivido (mientras residió en el país) en la zona aledaña al M.N.B.A., museo que ni siquiera conocía.

    Aclaró que una cosa era adherir “al valioso servicio social que presta el museo” y otra muy distinta era deducir de tal circunstancia “que, 25 años atrás, el actor conoció la violación de sus derechos por parte de las autoridades de un museo capitalino y que, pese a ello, permaneció indiferente e inactivo ante esa violación”.

    Agregó que la posición de la cámara, al poner en cabeza del demandante la obligación de concurrir al M.N.B.A. para comprobar si éste había cumplido las obligaciones asumidas, constituía un enfoque parcial de la cuestión que sólo beneficiaba al ente demandado (fs. 1337 vta./1341 vta.). f.

    Por otro lado, aseveró que más allá del alcance que pudiera atribuirse a la teoría de los hechos notorios, ésta no constituía sino una mera presunción judicial iuris tantum que, además de deber ser aplicada con suma cautela, podía ser desvirtuada mediante prueba en contrario. Sobre el particular, la recurrente adujo que, para dar por sentado su conocimiento de la apertura de la “Sala Santamarina” en 1971, la cámara no había partido de un hecho cierto y probado sino que había extraído una presunción de otra (que existía un determinado círculo social, que su parte y sus ascendientes lo integraban; y, por ende, que el actor estuvo al tanto de la apertura en cuestión), procedimiento éste expresamente vedado en materia judicial.

    Añadió que ello había importado dejar de lado las declaraciones testificales producidas en el pleito, que acreditaban de manera explícita lo contrario; y califica como absurdo que —en su

    calidad de heredero— tuviese obligación de conocer el contenido del acervo transmitido y vigilar la ejecución del cargo (fs.

    1342/1344). g.

    Que, para la admisión de la excepción opuesta, la demandada sólo había invocado dos circunstancias, que en el año 1971 se había abierto la “S.S.” y que ello fue conocido por el actor. Aduce que, en rigor, debió haber alegado y probado algo más: que en esa época el M.N.B.A. no había concedido a otra de sus salas el nombre de “J.G.” y que de este hecho también estuvo enterada su parte.

    Aclaró que la primera circunstancia no constituía, por sí sola, incumplimiento alguno del cargo impuesto en el convenio por sus familiares ni, por ende, punto de partida para la promoción de la acción correlativa. Afirmó que la inferencia llevada a cabo por el a quo (derivar de la notoriedad de la falta de apertura de una sala a nombre de “J.G.”, de la que cabía atribuir a la inauguración de la “Sala Santamarina”) importaba una extensión totalmente irrazonable de la teoría de los hechos notorios a un “no hecho” (es decir, a una omisión). h.

    Que la cámara soslayó que la demandada nunca alegó ni probó que su parte hubiera conocido la donación y las cláusulas a que estaba sujeta antes de los 10 años de iniciada la demanda, condición ineludible para que pudiera comenzar a correr la prescripción impugnada.

    Adujo que lo resuelto significó, asimismo, dejar de lado los rotundos testimonios de tres personas incorporados al pleito, que señalaron de manera concordante que el actor había tomado conocimiento de sus términos recién en el año 1996 (fs. 1351/2358 vta.). i.

    Que, aun de desestimarse los agravios precedentemente expuestos, el curso decenal de la prescripción en tratamiento debió ser dispensado, a tenor de lo establecido en el art. 3980 del Código Civil.

    Ello considerando que quedó probado en el beneficio de litigar sin gastos que desde el año 1979 el actor

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    Girondo, A.E. c/ Estado Nacional – Museo Nacional de Bellas Artes s/ proceso de conocimiento. residía permanentemente en Francia, circunstancia ésta que, unida a su severa escasez de recursos económicos, hicieron que le resultara materialmente imposible tomar los recaudos necesarios para promover la acción aquí deducida con anterioridad a la fecha en que lo hizo.

    Criticó la interpretación restrictiva empleada por la alzada y postula que la dispensa procede no sólo cuando se tratase de un hecho general o colectivo sino también cuando se presentaran dificultades o imposibilidades de hecho con relación a la persona misma del demandante; ello en tanto no fueran producto de una actitud maliciosa y deliberada de éste, lo que no ocurría ni había sido insinuado en el caso (fs.

    1358 vta./1364 vta.). j. Para finalizar con este agravio, la apelante señaló que, aun de desecharse los planteos expuestos, la prescripción nunca pudo alcanzar al “segundo cargo” que los donantes habían impuesto, “que consistió en la prohibición de que el Museo donatario permitiera la salida de algún cuadro de su recinto, ya sea prestándolo, vendiéndolo o regalándolo a terceras personas”.

    Precisó que su parte jamás sostuvo que dicho cargo (autónomo respecto de los demás) tuviera “origen legal y no contractual” que excluyera, a su vez, lo previsto en el art. 1850 del Código Civil, de indudable aplicación al caso; que el deber referido surgía no sólo del convenio sino de lo establecido en el decreto 150.132/43; que quedó suficientemente probado que varias obras en litigio habían salido “en forma frecuente e indiscriminada del M.N.B.A., y algunas por extensísimos lapsos.

    A mayor abundamiento, declaró que aun cuando la obligación hubiera tenido solo origen legal, la alzada no había dado explicación alguna que justificara la exclusión de lo normado en el referido art. 1850 del Código Civil, máxime frente a la amplitud de sus términos (fs. 1364 vta./1370 vta.).

    10) Que, en segundo término, la recurrente criticó que el a quo no impusiera las costas a su contraparte por el rechazo

    de la excepción de falta de legitimación activa que aquélla había deducido, fundada en la alegada ausencia de calidad de heredero del actor. En este sentido, indicó que el a quo no dio fundamento alguno para tal decisión; que el art. 347, inc. 3°, del Código Procesal Civil y Comercial de la Nación expresamente contempla la posibilidad de oponer la defensa como excepción; que si ella había merecido la producción de prueba, correspondía una condena autónoma “que contemplase esos trabajos adicionales”; que la circunstancia de que fuera decidida en la sentencia definitiva no la convertía, por ese solo hecho, en una defensa de fondo; que el Estado Nacional había diferenciado ambas situaciones al contestar la demanda; que, frente a los términos del contrato de donación y de la partida de nacimiento del actor, su postergación había sido, en rigor, innecesaria, por lo que si se la hubiera tratado previamente habría habido condena; que no se confundía con la cuestión de fondo por tratarse de situaciones jurídicas independientes; y que si no hubiera sido una excepción no se entendía por qué se le había corrido traslado de ella (fs.

    1371/1375).

    11) Que, a continuación, el apelante recordó que el Estado Nacional también había deducido la excepción de prescripción adquisitiva y afirmó que, aunque los sentenciantes la rechazaron, no se habían expedido sobre la consecuente condena en costas.

    Por ello, requirió que este Tribunal enmendara tal omisión y atribuyera estos gastos a su contraparte (como se había hecho con la excepción fundada en la falta de habilitación de la instancia judicial). Aseveró que ello procedía por ser el planteo independiente del resultado final del pleito, y por no existir — ni ser invocada— razón jurídica alguna que permitiera eximir a la demandada de dicha obligación (fs. 1375 vta./1376).

    12) Que, por último y en capítulo aparte, el apelante propuso —dada la índole de los objetos reclamados y la finalidad de su donación al M.N.B.A.— que no se condenara “a la íntegra devolución de esos 25 cuadros, sino sólo la de aquéllos que, por

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    Girondo, A.E. c/ Estado Nacional – Museo Nacional de Bellas Artes s/ proceso de conocimiento. su escaso valor artístico, cultural o social”, la entidad no tuviera interés en conservar.

    Solicitó, con relación a los que deseara mantener en su poder, que la condena sólo consistiera en “el pago de una suma de dinero que, en su reemplazo, sea equivalente al valor de ellos”.

    Aclaró que se allanaba, “desde ya, al ejercicio que el Museo haga de esta opción, la cual podrá adoptar de forma unilateral” (fs. 1382/83).

    13) Que, como una consideración pertinente para abordar los agravios del actor, corresponde recordar que con la traba de la litis se delimita el thema decidendum y se enmarca la decisión judicial. De este modo, las sentencias judiciales deben atenerse a la situación que existía al trabarse el debate, guardando estricta correlación con las cuestiones planteadas por las partes en los escritos constitutivos del proceso (cfr. art.

    163, inc.

  11. , del Código Procesal Civil y Comercial de la Nación). En este punto, el respeto del principio de congruencia — sustentado en los arts. 17 y 18 de la Constitución Nacional— debe ser escrupuloso, y se habilitaría su vulneración si se admitiera que las partes introdujeran variantes sustanciales en el objeto litigioso con ulterioridad a la traba de la litis. C. de lo expuesto es que las modificaciones introducidas a posteriori respecto de las pretensiones expuestas en la demanda o contestación no pueden ser admitidas por extemporáneas (cf.

    Fallos: 284:206).

    14) Que tales consideraciones resultan específicamente aplicables al sub lite, toda vez el actor ha modificado, en el transcurso del proceso, algunos de sus planteos originales, siendo esta mutación inatendible en esta tercera instancia, en la que el Tribunal se ajustará estrictamente a los términos originarios de la pretensión a los fines de dirimir la contienda.

    En este sentido, se advierte que el recurrente controvierte la existencia misma, en el Museo Nacional de Bellas Artes, de una Sala denominada “S.”, cuya apertura habría

    determinado —según la alzada— el inicio del curso de la prescripción.

    Mas dicho cuestionamiento no se compadece con lo afirmado por esa parte en el escrito de inicio, donde expresó que —con motivo de una publicación en el diario “La Nación”— impartió instrucciones a personas de su amistad para que comprobaran la existencia de una sala con el nombre del pintor C.;Bernaldo de Q. en el referido museo. A raíz de esta encomienda, dice haber tenido noticias de que “en el Museo citado, en la actualidad, existen no menos de cinco salas abiertas al público, que llevan el nombre de los donantes de las obras que en ellas se exhiben”. Con motivo de tal información, el actor decidió viajar a la Argentina y comprobar personalmente la existencia de tales salas (acompaña a tales fines un acta notarial diligenciada en la sede del museo) y concluye que se trata de las salas “A.H. y E.;G. de H.”, “Mercedes Santamarina”, “T.D.;Tella”, “M.;Luisa Bemberg” y “C.;Bernaldo de Quirós” (fs.

    155).

    Precisa, más adelante, que los hechos mencionados, relativos a las donaciones “H.” y “Mercedes Santamarina” “suponen una clara y evidente inejecución del cargo impuesto a la donación G. y, desde luego, autorizan a ejercer el derecho que nace de la condición resolutoria pactada” (fs. 157).

    De lo expuesto se infiere que el actor, oportunamente, afirmó el hecho de que se había otorgado el nombre de “Mercedes Santamarina” a una sala del museo, acontecimiento que habría importado —según su postulación— el incumplimiento del cargo impuesto por los donantes, y que constituiría la causa de la demanda de revocación.

    Este hecho constitutivo recién pretende ser desconocido por el actor en oportunidad de alegar (fs.

    1025/1039; no fue cuestionado en la contestación de excepciones de fs. 375/421), cuando se aduce que solo existen en el museo dos salas que ostentan el nombre de los donantes: la sala “Di Tella” y la sala “Quirós”. Esta Corte ha tenido oportunidad de calificar como una reflexión tardía al planteo introducido sólo en la oportunidad de alegar (Fallos: 284:206 y 320:1426), de modo que

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    Girondo, A.E. c/ Estado Nacional – Museo Nacional de Bellas Artes s/ proceso de conocimiento. la no apertura de la sala “Santamarina” es un planteo que excede el ámbito de conocimiento del Tribunal por vía recursiva.

    Idénticas consideraciones caben respecto del desconocimiento que el actor dice haber tenido respecto de la donación y de las cláusulas a que estaba sujeta, planteo que se esgrimió por primera vez en la expresión de agravios ante la alzada (punto VI.

    1206/1213 vta.).

    15) Que, con respecto a la prescripción de la acción por el incumplimiento del cargo, se encuentra fuera de controversia que la inauguración de la “S.;Santamarina” —cuya existencia como tal deviene según lo antedicho— tuvo lugar en el año 1971. Es aquí donde adquiere relevancia la determinación del dies a quo del plazo decenal (art. 4023 del Código Civil).

    Sobre este punto conviene tener presente que la prescripción liberatoria no puede separarse de la pretensión jurídicamente demandable (Fallos: 330:5306) y el plazo respectivo comienza a computarse a partir del momento en que ella puede ser ejercida es decir, coincide necesariamente con el momento del nacimiento de la acción, actioni non natae no praescribitur (Fallos: 312:2172; 318:879; 326:742). Ello es así, por cuanto no puede reprocharse al acreedor no haber actuado en una época en que no tenía derecho para hacerlo porque, de lo contrario, podría darse el caso de que se hubiese perdido tal derecho antes de haberlo podido ejercer (Fallos: 270:78). De este modo, el punto de inicio debe ubicarse en el momento a partir del cual ha nacido la acción o, en otros términos, desde que la acción quedó expedita (Fallos:

    325:2949), lo que equivale, en la especie, a afirmar que el curso de la prescripción nació con el incumplimiento del cargo impuesto por el donante -concretado con la apertura de la “Sala Santamarina” y la simétrica omisión de erigir una “S.G.”-, hecho que sustentó la acción de revocación de la liberalidad.

    Ahora bien, a tales fines corresponde tener en cuenta la ocurrencia misma del incumplimiento, sin que sea exigible una noticia subjetiva y rigurosa de su acaecimiento, ya que la exigencia del conocimiento por parte del acreedor se satisface con una razonable posibilidad de información (cfr. arg. Fallos:

    318:2558), en la medida en que el plazo correspondiente no puede ser sujetado a la discreción del acreedor, supliendo —inclusive— su propia negligencia (cfr. arg Fallos: 256:87; 259:261).

    16) Que, en este orden de ideas, la aleatoria noticia subjetiva que el accionante pudo haber tenido respecto de la inejecución del cargo no es relevante a los fines del cómputo de la prescripción, pues -en el casono se estaría ante un hecho oculto o no susceptible de ser conocido por terceros, ya que — como bien lo destacó el a quo— el recinto del museo se encuentra abierto al público en general y el conocimiento de sus instalaciones devendría de una simple información, sin necesidad de ocurrir a una investigación o trámite engorroso (fs.

    1277).

    Conclusión particularmente válida si se tiene en cuenta que los herederos del donante -como titulares de la acción de revocación (cf. art. 1852 del Código Civil)- eran los sujetos interesados en controlar la ejecución de las cargas impuestas al donatario.

    Por otra parte, de conferirse relevancia a la toma de conocimiento efectivo por parte de los herederos —hecho de por sí circunstancial y contingente— se podría diferir sine die el inicio de la prescripción, aplazando incluso su cómputo hacia descendientes de futuras generaciones, solución incompatible con los fines de la prescripción liberatoria. Esta, precisamente, es una institución de orden público creada para dar estabilidad y firmeza a los negocios, disipar las incertidumbres del pasado y poner fin a la indecisión de los derechos (Fallos:

    191:340; 232:654). Este instituto tiene la virtud de aclarar y bonificar los derechos, así como de extinguir las obligaciones. Deriva pues de la necesidad social de no mantener pendientes las relaciones de derecho sin que sean definidas en un plazo prudencial y

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    Girondo, A.E. c/ Estado Nacional – Museo Nacional de Bellas Artes s/ proceso de conocimiento. respetar las situaciones que deben considerarse consolidadas por el transcurso del tiempo (Fallos: 316:871, voto del juez F..

    De este modo se preserva la seguridad jurídica, evitando la sustanciación de pleitos en los que se pretenda ventilar cuestiones añejas que, en el momento oportuno, no fueron esgrimidas por los interesados, configurando una inacción que la ley interpreta como desinterés y abandono del derecho por parte de aquéllos.

    Sin este instituto, en conclusión, “no habría derechos bien definidos y firmes, desde que estarían sujetos a una constante revisión desde sus orígenes” (voto del juez F. antes citado).

    En mérito a lo expuesto, por estos argumentos corresponde confirmar la solución apelada, en cuanto a que, a la fecha de promoción de la demanda (18/12/96), debe tenerse por expirado el plazo decenal previsto en el art.

    4023 del Código Civil.

    17) Que en lo que hace a la invocación del art. 3980 del Código Civil, corresponde señalar que el instituto de la dispensa de la prescripción cumplida, por reglar situaciones de carácter excepcional, es de interpretación restrictiva y la facultad conferida a los jueces debe ser ejercida con la máxima prudencia (Fallos: 313:173). A la luz de esta pauta hermenéutica, no es dable admitir los agravios del actor pues, aún asignándole al texto legal un alcance más amplio que el a quo, ponderándose las “dificultades o imposibilidades de hecho” con relación a la persona misma del demandante (Fallos:

    311:1490; 314:862), su alejamiento voluntario del país y su residencia desde 1979 en París (Francia) no puede erigirse en una circunstancia hábil para sustraerlo de las consecuencias de la prescripción, desde que nada impedía —ni impidió en los hechos concretos— al demandante que encomendase a terceros la verificación del cumplimiento de los cargos por parte del Estado Nacional.

    18) Que con respecto al supuesto “segundo cargo” que los donantes habrían impuesto, consistente “en la prohibición de

    que el Museo donatario permitiese la salida de algún cuadro de su recinto, ya sea prestándolo, vendiéndolo o regalándolo a terceras personas”, es del caso reiterar los razonamientos formulados en los considerandos 13 y 14 de este pronunciamiento.

    Ello es así pues en la demanda se sostuvo —en forma categórica— que los donantes habían impuesto en forma voluntaria “dos cargos diferentes”: a) la celebración de la pertinente escritura; b) la obligación de abrir una sala con el nombre de J.;Girondo —para exhibir allí su colección— si se admitía ese temperamento con otro donante (fs.

    146 vta./147, punto 6; fs.

    150 y ss., punto IV).

    Al margen del incumplimiento atribuido a la demandada con relación a estas mandas contractuales, el actor invocó también “La violación de las obligaciones del decreto nacional N° 150.132/43" (fs.

    163 vta./165), reglamentario del préstamo de obras del museo. El accionante postuló “la equiparación entre la inejecución de obligaciones nacidas de cargos contractuales y la inejecución de obligaciones establecidas por la ley (lato sensu) básica del servicio”, equiparación que habría sido aceptada por esta Corte en el caso “U.”. En mérito a ello, sostuvo que los préstamos irregulares de las obras de la colección “Girondo”, “suponen inejecución de las obligaciones impuestas al museo por los arts. 5° y 6° de la ley, y por ello, autorizan el ejercicio de la acción de revocación de la donación (fs. 165).

    Empero, la mudable estrategia del demandante transformó este planteo original, de modo que al tiempo de alegar se afirmaba la existencia de “dos cargos distintos y autónomos”, que esta vez enumera como:

    1. la no apertura de la Sala “G.”; y b) la prohibición de que los cuadros salgan del museo, “cargo que también reconoce un origen legal” (fs.

    1056, punto IV y ss.). Esta nueva alteración de las bases fácticas del litigio tampoco será atendida por el Tribunal, pues la controversia había quedado reducida a los términos antedichos:

    incumplimiento de dos cargos emanados de la voluntad del donante y de las obligaciones impuestas por el decreto del Poder

    G. 122. XLIII.

    R.O.

    Girondo, A.E. c/ Estado Nacional – Museo Nacional de Bellas Artes s/ proceso de conocimiento.

    Ejecutivo Nacional. Siendo ello así, la proposición de un “nuevo” cargo que surgiría de la voluntad del donante constituye una alegación tardía, que —por extemporánea— no puede ser tenida en consideración para fallar (cfr. Fallos: 265:7; 331:1730).

    19) Que, ajustada la pretensión a sus términos originarios -como una revocación fundada en el incumplimiento del decreto 150.132/43-, corresponde declarar la deserción del recurso ordinario de apelación (art.

    280, ap.

  12. , del Código Procesal Civil y Comercial de la Nación), por cuanto el recurrente no formula -como es imprescindibleuna crítica concreta y razonada de los fundamentos desarrollados por el a quo, cuando afirmó que el art.

    1850 del Código Civil comprende únicamente las obligaciones impuestas al donatario por el donante, y no las de orden meramente administrativo, que emergen del decreto citado (fs.

    1279).

    Es que, por su naturaleza, el cargo proviene de la voluntad del donante, y debe cumplirse de la manera en que el disponente ha querido y entendido que debía cumplirse (Fallos:

    319:378; 325:2935; 326:1263), no siendo admisible su asimilación con otras obligaciones del donatario que emanan de una fuente ajena a esa voluntad.

    Tampoco los agravios desvirtúan las diferencias marcadas por la alzada con relación a lo resuelto por esta Corte en el precedente “Uriarte” (Fallos: 319:378), toda vez que en ese caso se trataba del incumplimiento de un cargo explícito que prohibía desplazar —con cualquier pretexto— las obras donadas del recinto físico del museo, y fue a raíz de esta estipulación —a la que se subordinaba el mantenimiento de la liberalidad— que se abordó el examen de la norma invocada por el aquí recurrente.

    En función de lo expuesto, las razones expresadas en el memorial no son suficientes para refutar los argumentos de hecho y de derecho dados para llegar a la decisión impugnada (Fallos: 329:5198; 330:1336), lo que conduce a la deserción del recurso en este punto.

    ) Que, para finalizar, resta examinar los agravios atinentes a la falta de imposición de costas por el rechazo de las excepciones de falta de legitimación para obrar y usucapión, los cuales, se adelanta, no habrán de prosperar. En este sentido, ha señalado recientemente este Tribunal -reiterando un criterio ya expuestoque no corresponde imponer costas ni realizar una regulación adicional de honorarios cuando, como sucedió en el sub lite, las excepciones no fueron resueltas como de previo y especial pronunciamiento sino en la sentencia definitiva, dado que este modo de considerarlas y decidirlas impide reconocerles las características de un incidente independiente en los términos de los arts. 69 y 175 del Código Procesal Civil y Comercial de la Nación y 33 de la ley 21.839 (cfr. Fallos: 328:3072 y sus citas).

    Por todo ello, se declara formalmente admisible el recurso ordinario de apelación deducido a fs. 1284/1285 vta., 1298/1383 y se confirma la sentencia de fs.

    1275/1281.

    Las costas se distribuyen en el orden causado, en atención a la dificultad y la complejidad que suscitó la materia en debate (art.

    68, segunda parte, del Código Procesal Civil y Comercial de la Nación).

    N. y, oportunamente, devuélvase. R.;LUIS LORENZETTI -E.I.

    HIGHTON de NOLASCO - CARLOS S.

    FAYT (en disidencia parcial)- ENRIQUE SANTIAGO PETRACCHI - JUAN CARLOS MAQUEDA - E.

    RAÚL ZAFFARONI - CARMEN M. ARGIBAY.

    ES COPIA DISI

    G. 122. XLIII.

    R.O.

    Girondo, A.E. c/ Estado Nacional – Museo Nacional de Bellas Artes s/ proceso de conocimiento.

    DENCIA PARCIAL DEL SEÑOR MINISTRO DOCTOR DON CARLOS S. FAYT Considerando:

  13. ) Que la Sala II de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil y Comercial Federal confirmó, en lo sustancial, la sentencia dictada en la instancia de grado que, al hacer lugar a la excepción de prescripción liberatoria opuesta por el Estado Nacional, rechazó la demanda por la que se persiguió la restitución de 25 obras pictóricas que la familia del actor había donado al Museo Nacional de Bellas Artes de la Ciudad de Buenos Aires, (en adelante M.N.B.A.) en las primeras décadas del siglo pasado.

    Contra este pronunciamiento el accionante dedujo el recurso ordinario de apelación, que fue concedido, fundado y respondido por su contraria (cfr. fs.

    1275/1281 vta.; 1284/1285 vta.; 1287; 1294/1383 vta. y 1391/1401).

  14. ) Que el recurso es formalmente admisible en la medida en que se trata de una sentencia equiparable a definitiva, recaída en una causa en que la Nación Argentina es directamente parte, y en la que el valor disputado en último término, sin sus accesorios, supera el mínimo previsto en el art. 24, inc. 6°, ap. a), del decreto-ley 1285/58 y la resolución de esta Corte 1360/91.

  15. ) Que, para decidir como lo hizo, el a quo compartió la línea argumental desarrollada en la instancia de grado al sostener que la acción de revocación de la donación intentada con fundamento en el incumplimiento de uno de los cargos impuestos —por haberse dado el nombre de una donante a una de las salas del M.N.B.A. y no adoptarse idéntico proceder respecto del abuelo del actor— había quedado expedita en el año 1971 con la apertura de la denominada “Sala Santamarina”, lo cual se hallaba corroborado por diversos elementos de prueba incorporados a la litis que el apelante no había impugnado en tiempo oportuno.

    Así, citó la

    constatación notarial realizada por el escribano F.B., de la que surgía que dicha sala ocupaba los gabinetes XVI, XVII y XVIII del museo, sin que la falta de cartel indicativo resultara óbice al efecto por tratarse de un retiro momentáneo y con miras a su refacción; lo argüido en la demanda misma, donde se indicó que la citada apertura había tenido lugar; y, finalmente, el informe del por entonces director del museo de marras, que daba cuenta expresa de tal circunstancia (fs. 1276 vta./1277).

  16. ) Que, a continuación, la alzada estimó que dicho evento había constituido un “hecho notorio”, susceptible de conocimiento en tal momento. En este orden de ideas, adujo que “por su naturaleza esencialmente cultural, el museo está abierto al público en general y no puede negarse notoriedad a la apertura del recinto de marras, cuyo desconocimiento es inaceptable por quien confiesa la vocación por la defensa de los valores culturales y especialmente ‘al valioso servicio social que presta el Museo Nacional de Bellas Artes’. Por lo tanto, [concluyó], es razonable la notoriedad de la apertura del gabinete S., referida al ámbito de los aficionados a la pintura y máxime respecto de quien era custodio y guardián del cumplimiento del cargo” (fs. cit.).

    Sobre el particular, puntualizó que el conocimiento del hecho devenía de una simple información y que era adquirido “por los integrantes del grupo cultural sin otro motivo que su pertenencia al círculo”; y que a ello abonaba la permanencia y exteriorización de las obras de arte en el recinto (fs.

    1277 vta.).

  17. ) Que, desde otra óptica, apuntó que resultaba inadmisible que el actor, heredero declarado de uno de los donantes, invocara “el desconocimiento del acervo transmitido” que comprendía el interés en la ejecución del cargo de una donación “altamente valiosa”.

    Tal postura, aseveró, importaba “una excusa ultra subjetiva, que no está respaldada por hechos de

    G. 122. XLIII.

    R.O.

    Girondo, A.E. c/ Estado Nacional – Museo Nacional de Bellas Artes s/ proceso de conocimiento. fuerza mayor o circunstancias excepcionales probadas que le den credibilidad en el juicio”; máxime, cuando la declaración judicial de tal condición había ocurrido, según los propios dichos del apelante, el 14/05/65 (fs. cit.).

    Y, de modo terminante, aseveró que la existencia de la mentada “S.;Santamarina” era tan evidente como la ausencia de otra a nombre de J.;Girondo. Sobre tales bases, estimó que la demanda —deducida el 18/12/1996— se hallaba prescripta a tenor de lo dispuesto en el art. 4023 del Código Civil.

  18. ) Que, en lo concerniente a la dispensa de la prescripción solicitada por el demandante, el a quo también hizo propia la línea de razonamiento que había seguido el juez de grado y aseveró que la disposición del art. 3980 del Código Civil era de interpretación restrictiva, sólo procedente “ante impedimentos imprevisibles e insuperables que se juzgan con el mismo criterio que se utiliza para tener por configurada la fuerza mayor, respecto de hechos que hubieren ocasionado la imposibilidad de obrar del actor”, como las guerras, cuarentenas, inundaciones, etc., y concluyó que la ausencia del país no revestía tal carácter, menos aún cuando ella había sido voluntaria (fs. 1277 vta., in fine).

  19. ) Que, en cuanto al incumplimiento de la manda impuesta por el decreto P.E.N. 150.132/43 (no conservar las obras en forma permanente en el museo por haber sido algunas prestadas a diversas entidades y dependencias oficiales), la cámara, si bien reconoció que el juez de grado no había tratado este agravio, consideró que tal omisión no justificaba la promoción de una acción de revocación de una donación por inejecución de cargos en los términos del art. 1850 del Código Civil, dado que esta norma sólo comprendía los establecidos por los donantes y no las mandas que surgían de normas legales.

    Y aclaró que la inobservancia de estas reglas no trascendía “del ámbito

    disciplinario de oportunidad y conveniencia de la Dirección” (fs.

    1278/1279).

    En párrafo aparte, señaló que el precedente citado por la recurrente como fundamento de su reclamo (“U. c/ E.N.”) no era de aplicación al caso por haber versado sobre el incumplimiento de un cargo impuesto por el donante, referente a la prohibición absoluta de extracción de las obras entregadas al Museo de la Ciudad, reconocido expresamente por su contraparte (fs. 1279 cit., in fine).

  20. ) Que, en lo que hace a la ausencia de tratamiento por el juez de grado de la prescripción adquisitiva invocada por el Estado Nacional, recordó que dicho instituto sólo era aplicable a inmuebles o a cosas muebles “robadas” o “perdidas” (art.

    3948 Código Civil) ninguno de los cuales era el caso de autos; e indicó que tampoco se hallaba legalmente previsto “la extensión de la usucapión a las donaciones” (fs. 1280).

    Por último, la cámara destacó que el ejercicio de la defensa en juicio no constituía abuso del derecho; desestimó el reclamo de imposición de costas a la demandada por el rechazo de la excepción de falta de legitimación para obrar alegando que la contestación de una “defensa de fondo” —aunque se hiciera en forma autónoma— no constituía propiamente una “instancia incidental” que devengara costas al margen de las impuestas en la sentencia; distribuyó las correspondientes al pleito en el orden causado; y afirmó que, por todo lo expuesto, no se daban en autos las nulidades y/o arbitrariedades invocadas por la recurrente (cfr. fs. 1280/1281).

  21. ) Que, en su abultada presentación ante esta Corte y en primer lugar, la recurrente se agravió de que el a quo confirmara la procedencia de la excepción de prescripción liberatoria a pesar de la ausencia de los presupuestos para ello. En tal sentido, afirmó:

    G. 122. XLIII.

    R.O.

    Girondo, A.E. c/ Estado Nacional – Museo Nacional de Bellas Artes s/ proceso de conocimiento. a.

    Que, para dar por probado que en el año 1971 el M.N.B.A. había dado el nombre “M.;Santamarina” a una de sus salas, la cámara se basó en diversos elementos de los que no se desprendía tal circunstancia.

    Así, señaló, con relación a la diligencia notarial del escribano F.;Bilbao —llevada a cabo a instancias suyas con anterioridad a la promoción de la demanda—, que éste no había verificado la existencia de la sala sino que se había limitado a transcribir lo manifestado por una empleada del museo, por lo que no había dado fe al respecto, careciendo, entonces, de valor probatorio alguno.

    Precisó, además, que aquélla había confundido el nombre de una sala con el de una colección.

    Añadió que a tal falencia se sumaba la ausencia de chapa identificatoria y la falta de exhibición al notario de la resolución administrativa por la que se habría adoptado tal decisión (fs.

    1305 vta./1307 vta.).

    En cuanto a lo argüido al demandar, indicó que allí sólo se había transcripto lo que M.;Santamarina había exigido al museo (que en una sala suya se exhibiera su colección, y no que se le diera su nombre).

    Aclaró, no obstante, que “cualquiera que hubiera sido la afirmación contenida en nuestra demanda, ella quedó sometida a lo que resultase de la prueba a producir” (cf. fs.

    1307/1308).

    Finalmente, descalificó el informe del ex director del M.N.B.A. que citó la sentencia señalando que carecía de valor probatorio alguno por haber sido emitido por la propia accionada y por constituir una reiteración de la constancia que, como prueba documental, ella había presentado al contestar demanda (fs. 1308 vta./1309 vta.).

    Expresó, contra lo argüido por el a quo, que había impugnado dicho informe “mucho antes de que se prestara” a través de la prueba pericial que ha-bía ofrecido y producido en la causa (dictamen de la notaria R., designada por el magistrado de grado), de la que surgía que no había una “Sala Santamarina” sino una “colección” con ese nombre.

    Consideró, entonces, que la cámara había omitido una prueba esencial sin justificación alguna, defecto que sobresalía aún más si se advertía que, por la calidad de la perito, sus asertos hacían

    plena fe

    mientras no fueran redargüidos de falsos; que ella se había limitado a verificar un “hecho”; y que funcionarios de la demandada la habían acompañado en oportunidad de elaborar su dictamen sin formular aclaración alguna y sin exhibirle el supuesto “cartel identificatorio de grandes dimensiones”.

    Sobre el particular, apuntó que se le había achacado el conocimiento de la apertura de la “S.S.” cuando de ninguno de los informes notariales incorporados al proceso (“Bilbao” y “Ripamonti”, celebrados con 2 años de diferencia) surgía que el M.N.B.A. hubiera exteriorizado tal decisión a través de la exposición de un cartel.

    Por otro lado, destacó la extrema vaguedad del informe del museo por su carencia de precisión en cuanto al tiempo y modo en que se había producido la inauguración (cfr. fs. 1310/1314 vta.). b.

    Sobre la temática en tratamiento, el apelante hizo hincapié en que su contraparte no sólo no había demostrado la existencia de acto administrativo que concediera el nombre “S.” a una sala del M.N.B.A. sino que había reconocido expresamente —y con carácter de confesión— su ausencia, lo que impedía dar por ocurrido el hecho a tenor de lo previsto en el art.

  22. de la ley 19.549, Nacional de Procedimientos Administrativos, y lo sostenido por la doctrina y la jurisprudencia.

    Aclaró, además, que ello evidenciaba que el informe del M.N.B.A. en que se basó la sentencia apelada (de fs.

    1007) había faltado a la verdad, violando así el principio cardinal de buena fe (fs. 1314 vta./1318). Adujo también que la cámara soslayó, al igual que el juez de grado, que el ex director del museo (arq.

    J.G., suscriptor de dicho informe, había reconocido en forma explícita ante los medios que en general la entidad no cumplía con los cargos impuestos a las donaciones que se le efectuaban, lo que corroboraba el falseamiento del contenido de aquella pieza procesal (fs.

    1318/1319); que, frente a esta circunstancia, la demandada debió probar, a través de los restantes mecanismos a su alcance, la

    G. 122. XLIII.

    R.O.

    Girondo, A.E. c/ Estado Nacional – Museo Nacional de Bellas Artes s/ proceso de conocimiento. veracidad de sus dichos, lo que intencionalmente no hizo a pesar de encontrarse en mejores condiciones para ello (cfr. fs.

    1319/1321); que la inexistencia de una “Sala Santamarina” se desprendía de los términos mismos de la donación que su autora había efectuado, quien nunca solicitó que a un sector del M.N.B.A. se le otorgara su nombre, a diferencia de lo ocurrido en otros casos en que se había formulado —y concedido— tal exigencia en forma expresa; que el alegado “cumplimiento estricto” de los cargos impuestos por S. permitía concluir, por lo antedicho y para evitar una contradicción, que jamás había existido una sala con ese nombre; y que este aserto se hallaba corroborado por los dos planos del museo agregados a la causa, que avalaban —como el informe del perito en arte— la diferencia existente entre la identificación de una “sala” y la de una “colección” (cfr. fs.

    1321/1325 vta.).

    Aseveró, además, que el citado informe de fs.

    1007 incluía una “segunda falsedad” pues allí se había indicado que las obras de la colección G. eran exhibidas en forma rotativa por “falta de espacio” cuando éste era irrelevante para asignar nombre a una sala, sin perjuicio de no haberse aplicado idéntica política respecto de la donación “Quirós” que había sido aceptada mucho tiempo después que aquélla (fs. 1325 vta./1329). c.

    Que, para la hipótesis de que se desecharan los argumentos precedentes, el apelante sostuvo que la concesión del nombre “S.” a una sala del M.N.B.A. no había constituido un “hecho público y notorio” y, por ende, conocido por su parte.

    A tal fin, adujo que la accionada apenas había esbozado tal argumento (dedicándole sólo “dos renglones” al demandar, en su alegato y en su presentación ante la cámara), sin ofrecer ni producir prueba alguna al respecto; que, por ende, la alzada había suplido con creces (y mediante una “artificiosa argumentación”) la actividad que a aquélla, con exclusividad, le correspondía, transgrediendo así los principios de bilateralidad y congruencia; y que el postulado “iura novit curia” no

    justificaba tal defecto porque no facultaba a los jueces a “alterar las bases fácticas del litigio”. En particular, adelantó que la pertenencia del actor a un “círculo cultural” específico era una cuestión que no había sido siquiera planteada por la demandada; que no cabía hablar de “notoriedad” cuando aquélla nunca había dictado “un acto o resolución administrativa que otorgase ese nombre a la sala” ni colgado “un cartel que así lo hiciese saber”; y que dicho concepto tuvo un significado distinto para su contraparte —reconocido luego por ella—, quien no lo vinculó a un determinado “círculo social” sino a “la generalidad de los habitantes del país”.

    Esta circunstancia, continuó, le impidió alegar y probar el error de tal concepción (fs.

    1329/1334). d.

    Precisó que aunque existían opiniones en doctrina que circunscribían la “notoriedad” del hecho a su conocimiento por un determinado sector social, el criterio mayoritario —avalado por la jurisprudencia— era omnicomprensivo, abarcando al “común de un pueblo” dado su carácter extraordinario y trascendente; que, por ello, su ocurrencia debió ser juzgada rigurosamente; que si la apertura de la denominada “Sala Santamarina” participaba de tal característica, no se entendía para qué se había admitido la producción de prueba al respecto —lo cual desvirtuaba dicha conclusión—; que para el comienzo del cómputo del plazo de prescripción fue menester probar el conocimiento pleno, cabal y efectivo de tal hecho y no su mera sospecha, como había ocurrido en el caso; y que a pesar de que el “hecho notorio” admitía prueba en contrario, el sentenciante no sólo había desestimado la oportunamente ofrecida por su parte en tal sentido sino que había fallado dándolo por ocurrido, lo que había vulnerado en forma grave su derecho de defensa (fs. 1334 vta./1337 vta.). e.

    A su vez, puntualizó que a pesar de haberse invocado la pertenencia del actor a un determinado “círculo social”, no se había dado una sola razón ni producido prueba alguna que justificara tal aserto. Así, afirmó que la conclusión sólo podía

    G. 122. XLIII.

    R.O.

    Girondo, A.E. c/ Estado Nacional – Museo Nacional de Bellas Artes s/ proceso de conocimiento. encontrar sustento en una eventual —y extravagante— “transferencia genética de interés pictórico” manifestada, además, no ya por su padre o tíos sino recién por su abuelo; y que la citada “pertenencia” en nada condecía con la realidad del actor, quien había nacido 10 años después de que se concretara la donación, prácticamente no había tenido contacto con su padre o tíos, y no había vivido (mientras residió en el país) en zona aledaña al M.N.B.A., al cual siquiera conocía —circunstancias todas que habrían sido probadas si no hubieran quedado fuera del pleito—.

    Aclaró que lo antedicho revelaba que la cámara había creado un “personaje de ficción”, modelado “a gusto de los jueces, a medida que iban redactando sus sentencias”; y que una cosa era adherir “al valioso servicio social que presta el Museo” y otra muy distinta era deducir de tal circunstancia “que, 25 años atrás, el actor conoció la violación de sus derechos por parte de las autoridades de un museo capitalino y que, pese a ello, permaneció indiferente e inactivo ante esa violación”.

    Agregó que la posición de la cámara, al poner en cabeza del demandante la obligación de concurrir al M.N.B.A. para comprobar si éste había cumplido con las obligaciones asumidas, constituía un “enfoque” parcial de la cuestión que sólo beneficiaba al ente demandado (fs. 1337 vta./1341 vta.). f.

    Por otro lado, aseveró que más allá del alcance que cupiera atribuir a la teoría de los “hechos notorios”, ésta no constituía sino una “mera presunción judicial iuris tantum” que, además de deber ser aplicada con suma cautela, podía ser desvirtuada mediante prueba en contrario (art. 163, inc. 5° del Código Procesal Civil y Comercial de la Nación).

    Sobre el particular, la recurrente adujo que, para dar por sentado su conocimiento de la apertura de la “Sala Santamarina” en 1971, la cámara no había partido de un “hecho cierto y probado” sino que había extraído “una presunción de otra” (que existía un determinado “círculo social”; que su parte y sus ascendientes lo integraban; y, por ende, que el actor estuvo al tanto de la

    apertura en cuestión), procedimiento éste expresamente vedado en materia judicial. Añadió que ello había importado dejar de lado las declaraciones testificales producidas en el pleito, que acreditaban de manera explícita lo contrario; y que la mención de que fue obligación del actor —en su calidad de heredero— conocer el contenido del ‘acervo transmitido’ y vigilar ‘la ejecución del cargo’ fue, por cómo se desenvolvió el proceso sucesorio, “tan absurda que casi no merecería respuesta” (fs. 1342/1344). g.

    Que, para la admisión de la excepción opuesta, la demandada sólo había invocado dos circunstancias, que en el año 1971 se había abierto la “S.S.” y que ello fue conocido por el actor, cuando debió haber alegado y probado dos más: que en esa época el M.N.B.A. no había concedido a otra de sus salas el nombre “J.;Girondo” y que de este hecho también estuvo enterada su parte. Aclaró que la primera circunstancia no constituía, por sí sola, incumplimiento alguno del cargo impuesto en el convenio por sus familiares ni, por ende, punto de partida para la promoción de la acción correlativa.

    Por ello, concluyó que la cámara había incurrido en un claro apartamiento de los términos en que quedó trabada la litis, supliendo indebidamente la actividad que correspondía a las partes (art.

    163, inc.

  23. , del Código Procesal Civil y Comercial de la Nación). En subsidio, apuntó que la implicancia que el a quo había llevado a cabo (derivar la “notoriedad” de la falta de apertura de una sala a nombre de “J.G.” de la que cabía atribuir a la inauguración de la “Sala Santamarina”) había configurado una extensión totalmente irrazonable de la teoría de los “hechos notorios” a un “no hecho” (es decir, a una omisión). Agregó que el tribunal había incurrido en una “petición de principio” ya que, para llegar a la conclusión buscada, tomó como punto de partida de su razonamiento la circunstancia jurídica que se debía demostrar. “Porque, como es obvio, para que pudiera ser notoria la no apertura de una sala, debieron ser también públicas y notorias las exigencias de la donación, lo cual no sólo es

    G. 122. XLIII.

    R.O.

    Girondo, A.E. c/ Estado Nacional – Museo Nacional de Bellas Artes s/ proceso de conocimiento. absurdo, sino que jamás esto fue alegado por la demandada ni tampoco afirmado por los jueces intervinientes” (cfr. fs.

    1344/1351 vta.). h.

    Que la cámara soslayó, en cuarto lugar, que la demandada nunca alegó ni probó que su parte hubiera conocido la donación y las cláusulas a que estaba sujeta antes de los 10 años de iniciada la demanda, condición ineludible para que pudiera comenzar a correr la prescripción impugnada.

    Adujo que lo resuelto significó, asimismo, dejar de lado los “rotundos testimonios de tres personas” incorporados al pleito, que señalaban de manera concordante que el actor había tomado conocimiento de sus términos “recién en el año 1996” (fs.

    1351 vta./1358 vta.). i.

    Que, aun de desestimarse los agravios precedentemente expuestos, el curso decenal de la prescripción en tratamiento debió ser dispensado, a tenor de lo establecido en el art. 3980 del Código Civil.

    Ello, considerando que quedó probado en el beneficio de litigar sin gastos instado en la causa que desde el año 1979 el actor residía permanentemente en Francia, “circunstancia ésta que, unida a su severa escasez de recursos económicos, hicieron que le resultara materialmente imposible tomar los recaudos necesarios para promover la acción aquí deducida con anterioridad a la fecha en que lo hizo”. Adujo, al respecto, que la cámara había empleado un criterio restringido que no surgía de la norma y abandonado hacía tiempo por la jurisprudencia en general —y por esta Corte en particular—, que admitía la dispensa no sólo cuando se tratara de un hecho general o colectivo sino también se presentaran “dificultades o imposibilidades de hecho con relación a la persona misma del demandante”. Y ello, en tanto no fueran producto de una actitud “maliciosa y deliberada” de éste, lo que no ocurría ni había sido insinuado en el caso. Añadió que el precedente en que el a quo basó su decisión había contemplado una situación palmariamente

    distinta de la de autos; y que, aun en caso de duda, debió optarse por la solución que mantuviera incólume “el principio de conservación de los actos y negocios jurídicos”.

    En subsidio y para el caso de que se desestimaran estos argumentos, solicitó que se hiciera aplicación del segundo párrafo del art. 3980 del Código Civil y se considerara que la presentación tardía de la demanda había sido consecuencia de “maniobras dolosas del Museo, que (…) a escondidas y sin notificar a los herederos de los Sres.

    G., decidió conceder a una sala el nombre de una familia donante y, simultáneamente, resolvió no hacer lo mismo con el apellido de la familia del actor” (fs. 1358 vta./1364 vta.). j.

    Para finalizar con este agravio, la apelante señaló que, aun de desecharse los planteos expuestos, la prescripción nunca pudo alcanzar al “segundo cargo” que los donantes habían impuesto, “que consistió en la prohibición de que el Museo donatario permitiera la salida de algún cuadro de su recinto, ya sea prestándolo, vendiéndolo o regalándolo a terceras personas”.

    Precisó, al efecto, que esa proyección nunca fue pedida por la demandada; que su parte jamás sostuvo que dicho cargo (autónomo respecto a los demás) tuviera “origen legal y no contractual” que excluyera, a su vez, lo previsto en el art.

    1850 del Código Civil, de indudable aplicación al caso; que el deber referido sur-gía no sólo del convenio sino de lo establecido en el decreto PEN 150.132/43; que quedó suficientemente probado que varias de las obras en litigio habían salido “en forma frecuente e indiscriminada” del M.N.B.A., y algunas por “extensísimos lapsos”.

    A mayor abundamiento, declaró que aun cuando la obligación hubiera tenido “sólo origen legal”, la alzada no había dado explicación alguna que justificara la exclusión de lo normado en el referido art. 1850 del Código Civil; máxime, frente a la amplitud de sus términos (fs. 1364 vta./1370 vta.).

    10) Que, en segundo término, la recurrente criticó que el a quo no impusiera las costas a su contraparte por el rechazo de la excepción de falta de legitimación activa que aquélla había

    G. 122. XLIII.

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    Girondo, A.E. c/ Estado Nacional – Museo Nacional de Bellas Artes s/ proceso de conocimiento. deducido, fundada en la alegada ausencia de la calidad de “heredero” del actor. En este sentido, indicó que el a quo no dio fundamento alguno para tal decisión; que el art.

    347, inc.

  24. , Código Procesal Civil y Comercial de la Nación, expresamente contempla la posibilidad de oponer la defensa como “excepción”; que si ella había merecido la producción de prueba, correspondía una condena autónoma “que contemplase esos trabajos adicionales”; que la circunstancia de que fuera decidida en la sentencia definitiva no la convertía, por ese solo hecho, en una “defensa de fondo”; que el Estado Nacional había diferenciado ambas situaciones al contestar demanda; que, frente a los términos del contrato de donación y de la partida de nacimiento del actor, su postergación había sido, en rigor, innecesaria, por lo que si se la hubiera tratado previamente habría habido condena; que no se “confundía” con la cuestión de fondo por tratarse de situaciones jurídicas independientes; que el juez de grado había admitido implícitamente tal circunstancia; y que si no hubiera sido una “excepción” no se entendía por qué se le había corrido traslado de ella (fs. 1371/1375).

    11) Que, a continuación, el apelante recordó que el Estado Nacional también había deducido la excepción de prescripción adquisitiva y afirmó que, aunque los sentenciantes la rechazaron, no se habían expedido sobre la consecuente condena en costas. Por ello, requirió que este Tribunal enmendara tal omisión y atribuyera esos gastos a su contraparte (como se había hecho con la excepción fundada en la falta de habilitación de la instancia judicial). Aseveró que ello procedía por ser el planteo “independiente del resultado final del pleito”, y por no existir —ni ser invocada— razón jurídica alguna que permitiera eximir a la demandada de dicha obligación (fs. 1375 vta./1376).

    Sobre esta temática y a todo evento, el recurrente negó que fuera viable la excepción mencionada en el apartado anterior.

    Al efecto, reiteró que ella era de interpretación

    restrictiva; que sólo podía invocarse con relación a bienes inmuebles y muebles robados o perdidos (arts. 3999 y sgtes.; y 4016 bis del Código Civil, que no era el caso de autos); que la usucapión requería que quien la invocara no fuera el dueño de la cosa (art.

    3948 Código Civil), calidad que le correspondía al demandado según sus propios dichos en virtud de la donación efectuada, por lo cual lo único viable era la prescripción “liberatoria” de los cargos impuestos; y que este razonamiento estaba avalado por la doctrina e, incluso, por este Tribunal en la causa “Uriarte” (fs. 1376/1382).

    12) Que, por último y en capítulo aparte, el apelante propuso, dada la índole de los objetos reclamados y la finalidad de su donación al M.N.B.A., que no se condenara “a la íntegra devolución de esos 25 cuadros, sino sólo la de aquéllos que, por su escaso valor artístico, cultural o social”, la entidad no tuviera interés en conservar.

    Solicitó, con relación a los que deseara mantener en su poder, que la condena sólo consistiera “en el pago de una suma de dinero que, en su reemplazo, sea equivalente al valor de ellos”.

    Aclaró que se allanaba, “desde ya, al ejercicio que el Museo haga de esta opción, la cual podrá adoptar de forma unilateral” (fs. 1382/1383).

    13) Que, en numerosas ocasiones esta Corte ha puesto de relieve que, en la realización de la sublime misión que constitucionalmente tienen asignada, los jueces no están obligados a tratar todas las argumentaciones vertidas por las partes ni a ponderar exhaustivamente todas las pruebas agregadas al pleito. Sin embargo, ha precisado —con análoga nitidez— que no pueden dejar de examinar cuestiones oportunamente propuestas y relevantes para la correcta solución final del conflicto pues ello hace, sin duda, al derecho de defensa en juicio que ampara nuestra Ley Fundamental (cfr., entre muchos otros, Fallos:

    233:147; 287:230; 290:293; 311:340 y 2135; 315:2822; 316:647; 324:4026; 325:1922; 327:789. Ver, asimismo, el apartado final del art. 386 del Código Procesal Civil y Comercial de la Nación).

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    Girondo, A.E. c/ Estado Nacional – Museo Nacional de Bellas Artes s/ proceso de conocimiento.

    14) Que, con sustento en tal postulado, corresponde desestimar las extensas críticas que formuló el apelante con relación al evento que el a quo tomó como punto de partida para el cómputo del plazo de prescripción liberatoria en debate, así como sobre el particular carácter que a él asignó.

    En efecto, la concesión del nombre “Mercedes Santamarina” a una sala del Museo Nacional de Bellas Artes en el año 1971 aparece corroborada no sólo por distintos elementos de prueba incorporados al proceso, algunos a instancias del propio recurrente, sino, incluso, por la conducta que a su respecto éste adoptó en el juicio.

    En tal sentido y como lo destacó la cámara, cobran especial relevancia no sólo el acta de constatación que, a pedido del actor, labró el escribano F.B., en la cual una empleada del M.N.B.A. señaló cuál era la ubicación de la citada sala (cfr. fs.

    93/95, en especial, 94 vta.), y lo argüido al demandar y al contestar las excepciones opuestas por su contraparte, donde se reconoció tal circunstancia (fs. 155, 159 vta., 421 y 424), sino y en especial, el contenido de la prueba de informes (fs.

    1007/1009), que no fue cuestionada en debida forma por la aquí recurrente.

    Es cierto que a estos elementos se le opusieron otros, de los que pudo derivarse una solución distinta (vgr., el alcance de la denominada “donación S.” según los términos en que fue concebida, fs.

    806/811; las apreciaciones formuladas en la pericia notarial por la escribana R., fs.

    909/914; o el contenido de los planos del museo agregados a la causa, fs. 927, entre otros). Sin embargo, ello permite colegir que en un proceso signado por un plexo probatorio claramente encontrado e, inclusive, con fluctuaciones en las posiciones asumidas por las partes durante su desarrollo, la mayor fuerza de convicción otorgada al citado informe no constituyó sino el resultado de la aplicación del principio procesal de la “sana crítica”,

    expresamente enunciado en el art. 386 del Código Procesal Civil y Comercial de la Nación y, en lo que al caso concierne, en el art.

    477 de ese código.

    Más aún si se entiende que dicha actuación constituyó, en función del órgano emisor, un acto administrativo, que lleva ínsita una presunción (si bien iuris tantum) de legitimidad en los términos previstos en el art.

    12 de la ley 19.549 (arg. art. 403 del citado código).

    15) Que, a idéntica conclusión cabe arribar respecto del carácter de “público y notorio” que la cámara atribuyó a la apertura de la sala de marras, sin perjuicio de las serias dificultades que también se advierten en este ámbito.

    Así, no pasa desapercibida la exigua referencia que hizo la demandada sobre la cuestión (fs. 305 y 1067); el alcance “general” que dio al concepto (fs. 1241); la dudosa presencia de uno de los presupuestos a que la cámara condicionó su aplicación (en especial, fs.

    1277, quinto párrafo; 1194 vta./1196 vta. y 1240 in fine/1245; y expte. 22.440/96, que corre por cuerda) y el contenido de las declaraciones testificales brindadas en el pleito, coincidentes en cuanto al momento en que el actor habría tomado conocimiento de los términos de la donación y de su incumplimiento por parte del M.N.B.A. (cfr. fs. 491/492 y 494).

    Sin embargo, la circunstancia de que el apelante reconociera que el criterio empleado por el a quo no era irrazonable sino que hallaba sustento en doctrina (fs. 1191 vta. y 1334 vta.), sumada al amplio margen de apreciación y decisión que, como principio, tienen los jueces en este ámbito, a ciertas manifestaciones formuladas por aquél al demandar, ensalzando la permanente afición de la “familia G.” por las artes plásticas así como su íntima vinculación y participación en asociaciones directamente relacionadas al museo demandado (fs.

    165/166, énfasis añadido), a su reconocida condición de heredero declarado de uno de los donantes desde el 14/5/65 (fs. 379 vta. y arg. arts. 1830, 1831, 1832, 3366, 3368 y 3370 del Código Civil),

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    Girondo, A.E. c/ Estado Nacional – Museo Nacional de Bellas Artes s/ proceso de conocimiento. y al hecho de que la interpretación del art.

    3980 del Código Civil ensayada por la cámara constituyera una exégesis posible del precepto que, además, encuentra sustento en su nota correlativa, permiten colegir que la conclusión que postuló el a quo en su sentencia ostenta suficiente fundamento, que la deja al margen de las críticas esbozadas por la recurrente (arg. Fallos:

    316:1979, considerando 13 y sus citas).

    16) Que, distinta es la solución que cabe predicar respecto de la aplicación de lo establecido en el art. 1850 del Código Civil a la obligación de conservar los cuadros donados en el museo, negada por la cámara, que se consideró transgredida en razón de diversos préstamos que autorizó el M.N.B.A. a lo largo de los años.

    En este sentido, es menester recordar que el juez de grado no trató la cuestión, que fue recién abordada en el pronunciamiento apelado.

    El a quo reconoció dicha circunstancia no obstante lo cual aseveró que ella no justificaba la promoción de una acción de revocación de una donación por inejecución de cargos en los términos de la norma en comentario, dado que ella sólo comprendía los establecidos por los donantes y no las mandas que surgían de normas legales. Y aclaró que la inobservancia de estas últimas no trascendía “del ámbito disciplinario de oportunidad y conveniencia de la Dirección” (fs.

    1278/1279, énfasis añadido).

    A su turno y en lo sustancial, la demandada adujo que el supuesto cargo no sólo no tenía “existencia jurídica” sino que ni siquiera había sido materia de la litis, por lo que su eventual tratamiento y admisión afectaba su derecho de defensa (cfr. fs. 1398/1399).

    17) Que estas conclusiones no encuentran asidero en las diversas constancias del pleito.

    En efecto, si bien al demandar el apelante planteó, como primer fundamento de su pretensión, el incumplimiento del deber de escriturar la donación de acuerdo con los términos en que ella había sido pactada, citó a continuación y en forma concreta dos irregularidades más:

    la referida ausencia de imposición del nombre de su abuelo a una sala del M.N.B.A., no obstante haberse procedido de modo contrario en otros casos; y la violación del deber de mantener en todo momento los cuadros dentro de la entidad “para su seguridad, buena conservación, integralidad de los repertorios fundamentales y beneficio al público”.

    A tal fin, invocó primordialmente lo dispuesto en el decreto PEN 150.132/43, reglamentario del trato a dispensar a las obras de arte del M.N.B.A. en lo atinente a su préstamo (cfr., puntualmente, cap.

    25 de la demanda, fs.

    163 vta./165).

    La mención de este incumplimiento fue reiterada en el alegato de bien probado y al expresar agravios ante la cámara (cfr. respectivamente y en especial, fs. 1059/1061 vta. y 1217/1222).

    18) Que, por otro lado, del contenido de las “Bases de la Donación Girondo” que acompañaron la demanda —en que se sustentó permanentemente la pretensión actora y que en momento alguno fueron desconocidas o impugnadas por el Estado Nacional— surgen de manera explícita los términos a que dicho acto quedó sujeto, los cuales condicen con el deber mencionado en el considerando anterior. Esto es, que los benefactores donaron, en nombre de su padre, 25 cuadros al “Superior Gobierno de la Nación”, para que los depositara “a perpetuidad” en el Museo de Bellas Artes de la Ciudad de Buenos Aires (cfr. fs. 81, puntos 1° y 4°, ap. a; énfasis agregado).

    Esta condición conjuga, a su vez, con el deseo que J.;Girondo habría manifestado reiteradamente a sus hijos de que se asignara su nombre a una Sala del M.N.B.A. donde quedaran radicadas las obras para su exposición, que aquéllos intentaron preservar mediante el modo en que concibieron y plasmaron la transmisión (cfr. fs.

    81).

    En tal línea de razonamiento, esta

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    Girondo, A.E. c/ Estado Nacional – Museo Nacional de Bellas Artes s/ proceso de conocimiento.

    Corte ha señalado que “el cargo proviene de la voluntad del donante y debe cumplirse de la manera en que el disponente ha querido y entendido que debía cumplirse, sobre todo cuando (…) resulta de una cláusula expresa que el donante ha entendido subordinar el mantenimiento de su liberalidad a la ejecución de las obligaciones que él mismo ha impuesto”.

    Asimismo, ha precisado que para desentrañar dicha voluntad, corresponde estar a las palabras empleadas por el disponente, “cuando ellas son suficientemente claras” (cfr.

    Fallos:

    325:2935 y 326:1263, énfasis añadido).

    C., la propia accionada sostuvo al contestar demanda que “el documento base de la donación de los Girondo es donde está volcada la auténtica intención de los donantes, fuente del negocio de marras, y ésa es la voluntad que hay que buscar” (cfr. fs.

    305 vta., in fine.

    Lo resaltado no aparece en el texto original).

    19) Que, a su vez, el citado decreto PEN 150.132/43, cuya aplicación al caso no fue cuestionada por la donataria (fs.

    295/306 vta.) y que justamente regula el préstamo de las obras de arte del M.N.B.A., hace hincapié, en lo que interesa, en tres circunstancias particulares:

    que el ejercicio de esa atribución es, por principio, excepcional; que no todas ellas pueden ser cedidas de tal modo; y que las que estén excluidas de la prohibición sólo pueden ser prestadas “a título precario” y bajo determinadas condiciones especiales (fs.

    140/141 arts.

  25. , 2°, 5°, 6° y 7° del decreto cit.).

    En este sentido, útil es recordar que el art. 5° del ordenamiento en comentario veda en forma terminante todo préstamo de las que califica como “piezas inamovibles” (grupo n° 1), integradas por “las obras señeras del Museo, las provenientes de legados regidos por reservas explícitas que establezcan su permanencia obligatoria en el Museo y todas aquellas que necesiten cuidados especiales y continuos, y cuyo préstamo equivaldría a una verdadera desintegración, aparte del riesgo

    derivado de sus traslaciones”. Por su parte y aunque permite la cesión de lo que identifica como “obras importantes” (grupo n° 2), el art. 6° la sujeta a que sea “por tiempo limitado —no mayor de noventa días— y en condiciones tales que su alejamiento no trastorne la marcha del Museo ni suponga riesgo alguno, y sea al mismo tiempo fructuoso para el prestatario” —recaudo este último que puntualmente define—.

    Cabe indicar que el Tribunal ha considerado a este reglamento como una muestra suficiente de la comprensión del demandado acerca del alcance de este tipo de limitaciones (cfr. Fallos: 319:378 cit., considerando 13).

    20) Que, el experto en arte designado en autos destacó en su informe que de los 25 cuadros donados 2 habían sido robados (“El Sr. Feydeau y su hijo G.”, de H.;Daumier, sustraído del M.N.B.A. en diciembre de 1980; y “Paisaje”, de H.L., hurtado de la Escuela Naval Militar de Río Santiago, “donde se encontraba en carácter de préstamo desde 1958”); y otros dos se hallaban, a la fecha, en la residencia Presidencial de Olivos (“El marmitón limpiando los cobres”, de J.B., desde el 30/12/1983; y “Napolitana”, de A.M., desde 1963; fs.

    560/641).

    Con referencia a las disposiciones del decreto PEN 150.132/43 y a la categorización de obras en él prevista, dicho profesional puntualizó “no hemos podido constatar su efectivo cumplimiento por parte del museo.

    Según se nos informa, el museo no lleva a cabo tal clasificación, y del estudio de las obras examinadas y sus legajos no surge ninguna anotación que pueda asimilarse —o hacer algún tipo de referencia— a la misma” (fs.

    640, ap.

    4, a).

    Ello, sin mengua de poner de relieve que, de acuerdo con su criterio, el cuadro hurtado de la Escuela Naval Militar de Río Santiago era una de las que cabía considerar “obras señeras” y, por ende, excluida de préstamo alguno según el decreto citado (fs. 640 cit., in fine).

    21) Que lo antedicho se suma a lo que ya había manifestado la escribana R. en su pericia de fs. 199/216, mediante la que constató la situación de los 25 cuadros objeto de

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    Girondo, A.E. c/ Estado Nacional – Museo Nacional de Bellas Artes s/ proceso de conocimiento. este pleito y el contenido de sus respectivos legajos en el M.N.B.A. De ella surge que prácticamente la mitad de dichas obras abandonaron la sede del museo en distintas oportunidades —algunas, incluso, fuera del país, como el caso de los óleos de F., hacia E.E.U.U., y el de la “M. en su Toilette” de E.;Degas 1 , a distintos centros de exposiciones del Japón—, lo que, sin duda, no parece condecir con la intención de los donantes de que ellas permanecieran “a perpetuidad” en el M.N.B.A., plasmada en las “Bases” citadas.

    22) Que, a estas alturas, resulta importante traer a consideración lo resuelto por esta Corte en el precedente citado por la recurrente (“U. c/ E.N.”, Fallos: 319:378), en que se planteó una situación semejante a la de autos.

    La cámara desestimó su aplicación al caso por entender, en esencia, que él versaba sobre el incumplimiento de un cargo impuesto expresamente por el donante (prohibición absoluta de extracción de las obras entregadas al Museo de la Ciudad) y reconocido del mismo modo por el Estado Nacional, circunstancias éstas que no se hallaban presentes en la causa (cfr. fs. 1279 in fine/1279 vta.).

    23) Que, estas conclusiones no constituyen una interpretación válida de lo resuelto por el Tribunal ni se adecuan a lo que surge de las distintas piezas incorporadas al pleito.

    En efecto, en esa ocasión y para hacer lugar a la demanda, se tuvo en cuenta que la donación “U.” contenía un primer cargo consistente en una obligación de no hacer —la prohibición de salida del Museo de la Capital por motivo alguno—, cuyo incumplimiento bastaba por sí solo para revocarla, más allá de que éste encuadrara en alguna de las hipótesis que, a título ilustrativo, se habían enunciado en el contrato.

    Se aclaró, 1 La obra de mayor valor de la colección, de acuerdo con la tasación del perito en arte (U$S 6.000.000; cfr. fs. 613/615).

    además, que su realización no dependía de circunstancia alguna que escapara a la voluntad y diligencia del Estado Nacional (como ocurría, por el contrario, con la “exhibición permanente” de las obras entregadas, también contemplada como cargo en dicho acto).

    Y se precisó que el donatario había comprendido perfectamente el alcance de la limitación considerando los términos del decreto 150.132/43 citado (fallo cit., considerandos 12 y 13).

    24) Que, en segundo lugar, si bien indicó que el demandado había reconocido expresamente la salida de las obras en un informe propio, citó en apoyo de tal conclusión las constancias del expediente administrativo agregado a la causa. Al respecto, precisó que no era relevante una enumeración exhaustiva de los préstamos acordados “puesto que una sola violación comprobada a la prohibición impuesta por los donantes hubiera bastado para tener por configurada la inejecución del cargo, en atención a los términos de la cláusula resolutoria”. Por último, sostuvo que el juez contaba con poderes de apreciación suficientes para decidir no sólo si un cargo había sido ejecutado sino también para determinar en qué casos su no ejecución podía traer consigo la revocación, que juzgó ocurrida en el caso (cfr. considerandos 14 y 15.

    Lo resaltado no aparece en el texto original).

    25) Que, en razón de todo lo antedicho y aun de admitirse la postura del a quo en cuanto al alcance que cupo asignar al precepto del art. 1850 del Código Civil, la conclusión que de ella derivó no se ajusta a lo probado en el pleito. Esto es así pues, como se indicó, la posibilidad de que el M.N.B.A. facilitara en préstamo las obras que integraron la denominada “donación G.” (ocurrido y probado debidamente en la litis) no sólo se hallaba limitada, en principio, por lo establecido en el decreto PEN 150.132/43 citado sino que surgía, sin mayor dificultad, de una exégesis armónica e integradora de los términos en que la transmisión fue concebida.

    Sobre el particular, no está de más recordar el sempiterno principio que

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    Girondo, A.E. c/ Estado Nacional – Museo Nacional de Bellas Artes s/ proceso de conocimiento. estipula que la interpretación y ejecución de los contratos deben llevarse a cabo “de buena fe y de acuerdo con lo que verosímilmente las partes entendieron o pudieron entender, obrando con cuidado y previsión” consagrado de manera expresa en el art.

    1198 del Código Civil; al que esta Corte ha prestado cuidadosa atención en su jurisprudencia (cfr., a mero título de ejemplo, Fallos:

    305:1011; 321:1888; 323:3035; 324:4199; 325:1787; 326:2081, 2625 y 3135; 327:5073, entre muchísimos otros); y del que puede predicarse su raigambre constitucional (cfr.

    B.C., G.J.

    Una mirada constitucional al principio de la Buena Fe

    . Tratado de la Buena Fe en el Derecho.

    La Ley S.A.E. e I. Buenos Aires. 2004. Tomo I, pág. 45 y sgtes.).

    26) Que, desde otra perspectiva, tampoco tiene asidero lo alegado por la demandada en torno a que la cuestión quedó al margen del pleito, pues tal afirmación no condice con el hecho de que ella la haya examinado en oportunidad de contestar la apelación que el actor dedujo contra la sentencia de grado (cfr. fs. 1247/1247 vta.).

    Sin perjuicio de lo antedicho, es menester puntualizar que la conclusión a que se llega no importa en modo alguno adelantar opinión sobre la eventual aplicación al caso del instituto de la prescripción extintiva debatida ni tampoco de lo previsto en los arts. 1848, 1849 y 1850, in fine, Código Civil (cfr. fs.

    297, 299/299 vta., 405 vta./406; y Fallos:

    326:1263 cit.).

    Ello así, por resultar cuestiones que quedaron, por el momento, fuera de la actual controversia.

    En consecuencia, el pronunciamiento apelado no exhibe en este ámbito fundamento suficiente que lo deje a cubierto de las críticas que, en debido tiempo y forma, expuso la recurrente con base en las diversas constancias incorporadas al pleito (arg. arts.

    163, inc.

    5, 164 y 265 del Código Procesal Civil y Comercial de la Nación).

    ) Que, para finalizar, resta examinar los agravios atinentes a la falta de imposición de los gastos causídicos por el rechazo de las excepciones de falta de legitimación para obrar y usucapión, los cuales, se adelanta, no habrán de prosperar.

    En este sentido, ha señalado recientemente este Tribunal —reiterando un criterio ya expuesto— que no corresponde imponer costas ni realizar una regulación de honorarios adicional cuando las excepciones “no fueron resueltas como de previo y especial pronunciamiento sino en la sentencia definitiva, dado que este modo de considerarlas y decidirlas impide reconocerles las características de un incidente independiente en los términos de los arts. 69 y 175 del Código Procesal Civil y Comercial de la Nación y 33 de la ley 21.839” (cfr. Fallos: 328:3072 y sus citas.

    Ver, además, fs. 435/436 vta.).

    28) Que, en virtud de lo antedicho, no corresponde pronunciarse sobre la propuesta que la actora formuló al demandar y reiteró en su expresión de agravios ante esta Corte, dado su carácter prematuro (cfr. fs. 163, 1382/1382 vta.).

    Por ello, se declara procedente el recurso ordinario de apelación y, con el alcance indicado, se revoca la sentencia apelada.

    Las costas se distribuyen en el orden causado, en atención a la dificultad y complejidad que suscitó la materia en debate (art.

    68, segunda parte, del Código Procesal Civil y Comercial de la Nación). N. y, oportunamente, remítanse los autos. C.;S. FAYT.

    ES COPIA Recurso ordinario interpuesto por A.E.G., actor en autos, representado por el Dr. M.O., con el patrocinio letrado del Dr. Julio Oyhanarte (h). Traslado contestado por el Estado Nacional, demandado en autos, representado por los Dres. N.;Paola Bentancourt y A.;Alberto Caffoz. Tribunal de origen:

    Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil y Comercial Federal, S.;II.

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    Girondo, A.E. c/ Estado Nacional – Museo Nacional de Bellas Artes s/ proceso de conocimiento.

    Tribunales que intervinieron con anterioridad:

    Juzgado Nacional de Primera Instancia en lo Civil y Comercial Federal n° 8.

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